03-12-06
Soñar no cuesta
nada…
Una Colombia desarrollada
Por Álvaro Enrique Leal S /42-076
El domingo 23 de diciembre del 2001, cuando la crisis argentina
eclosionaba, Francisco Santos, que por entonces no tenía idea que llegaría a ser
Vicepresidente, tituló su columna habitual, los domingos, en el diario “El
Tiempo”: “La lección de Argentina”.
Generó una reflexión particular sobre el
porvenir de Colombia, donde también han sumado los que sueñan utopías, y las
defienden, no con plomo, sino con el verbo o la pluma, convertidas en espada y
escudo de las ideas y de los sueños, que, cuando son templadas en la forja de la
inteligencia y la razón, y aleadas con el desdén por la materia que brilla,
vacía de humanismo, se convierten en cinceles que esculpen, con gloria, el
porvenir.
Pasa a veces que caminos, con espinas, llevan al ser humano por
faenas épicas, que las carencias vuelven sórdidas cuando la ansiedad y la
codicia se confunden con la envidia y el ego de pretender ser lo que jamás
seremos, sin querer decir que no podamos, ni debamos, ser mejores.
Decía,
Francisco Santos, entre otras cosas:
“Debe haber un objetivo final: repensar
a Colombia. Entre todos, pero sin esperar a la guerrilla. Un gran pacto
nacional, de partidos políticos, grupos independientes, centrales obreras,
académicos, gremios, que fije unas estrategias y unos objetivos concretos en
materia de educación, de salud, de seguridad, de tecnología, de infraestructura,
de empleo y de política industrial y agrícola. Imaginemos la Colombia que
tendremos dentro de 20 años y hagamos un plan para llegar allá. Con eso, los
gobiernos no llegan cada cuatro años a deshacer lo hecho y a dejar planes
inconclusos.
Repensar, pacto, plan, estrategia, objetivos, es decir: acuerdo,
planeación, desarrollo.
Soñando futuro
¿Será utopía imaginar que cuando
cumplamos el bicentenario de la independencia, en el 2019, todos comen bien?
Que Colombia será, en veinte años, a la par que industrial, un paraíso
turístico como España, las costas americanas, o la riviera mediterránea. Más
exótico porque la aventura por selvas y llanuras supera la ficción de Disney,
porque no es ficción. Donde se convive con la naturaleza, sobrecogidos ante el
esplendor de un atardecer caribe, llanero o andino, como en los pasos montañosos
hechos miradores, donde se encuentra un refugio calentado por el fuego que se
prende cuando el sol, en el poniente, se diluye entre amarillos, azules y
rojos.
Paisajes que sugieren, al alma, abrirse para alabar la generosidad de
un Creador que nos privilegió de exuberancia, y hace que turistas regresen
agradecidos a sus lugares de origen, ponderando la aventura de sus vidas, por
mares, selvas y ríos de exotismo indescriptible.
Ni que decir del tránsito
por mesetas montañosas que superan los dos mil metros sobre el nivel del mar,
pobladas de ciudades grandes y pequeñas, pero limpias y ordenadas, que, son, en
los inviernos del norte, o del sur, es decir todo el año, la meca de un mundo
cultural y empresarial intenso, donde converge gente de todas las razas, que
ocupan a miles de colombianos en ofrecer un servicio de primera, como no se
había visto desde que los ingleses, a lomo de elefante, cazaban tigres en la
India, escalaban el Himalaya, o exploraban África, en safaris de diversión y
descubrimiento, porque tenían dinero para hacerlo: producían metal, y
encontraron más, oro y diamantes. Así se gestó el Imperio Británico, a partir de
la revolución industrial.
¡Bienvenido! ¡Por favor! ¡Muy formal! ¡Con mucho
gusto! ¡Para servirle! ¡Muchas gracias! Es la fórmula del turismo, inspirada en
el espíritu cristiano de servir al prójimo y compartir lo mucho que se tiene, en
la geografía y en el corazón, cuando no hay que robar para comer, ni acosar para
verse socorridos por una limosna, o una prebenda, que no sirve para deshipotecar
la dignidad, como cuando hay que pedir prestado, o regalado, para financiar una
guerra fraticida.
A pesar de que Colombia con media docena de miniplantas, la
primera inaugurada antes de finalizar la segunda administración del gobierno de
Uribe Vélez, es el primer productor de acero de América Latina, a la que
suministra un sinfín de insumos industriales, la arquitectura de la guadua, sin
puntilla, en cantidades y diseños que compiten en imaginación y armonía, es la
base de refugios y hostales tropicales, incrustados en el corazón de selvas y
llanuras, pero comunicados primariamente entre sí por vías que van, desde
caminos de piedra, hasta autopistas de seis carriles.
Y aunque la vida en
general es austera, también es digna porque ya no hay niños, ni ancianos,
mendigando una moneda, ni, mucho menos, mozalbetes ociosos rebuscando en la
basura, o haciendo malabares en los semáforos, cuando están en edad de
escudriñar libros de física y matemáticas, acaso rimar un poema, o pintar sus
sueños en lienzos de algodón, rasgar una guitarra, jugar al fútbol, o,
simplemente, alimentarse de la teta de una mama, que no tiene otra preocupación
que mecerse en una silla de mimbre, susurrando una canción al oído de su
infante, mientras el sol calienta por la ventana.
En fin, una nación que
está permitiendo a sus hijos: “morir de viejos”.
Esa es la Colombia que sueño
para dentro de 12 años y sólo será verdad con Planeación y Desarrollo.
Esta
Patria es de suelo firme, así sea que los que la habitan, con ignorancia, la
esputen de codicia, o lo manchen, como Caín, con la sangre del hermano; pero
algún día, sucederán los sueños que hacen que las generaciones no pasen en vano,
porque los días de miseria, de sangre y lágrimas, acaso no de sudor, porque le
quitarían condimento al pan que hay que ganar cada día, serán cosa de un pasado
signado de una tragedia que no se podrá olvidar, para no volver a zozobrar.
Sueño con un país que, de tanto sufrir, terminó por encontrar que el Edén
estaba ahí, bajo sus propias narices, y que todo el dolor de quienes
antecedieron fue el precio que hubo que pagar para entender que el fruto de la
vida, que brota de la tierra, está mezclado con el fruto del árbol de la
ciencia, del bien y del mal, y que la felicidad no está en quitar, ni tan
siquiera recibir, sino en cosechar lo que falta para todos con trabajo
organizado y buena voluntad. De lo contrario, todo será arrebatado, sin
escrúpulo, con rabia y con violencia, sin haber cárcel suficiente para contener
la iniquidad, arrastrando a la misma caneca: lo bueno, lo malo y lo feo de una
nación que pudiera ser gloriosa.
¿Veinte años? ¿Cincuenta? ¿Quinientos? Ahí
queda el sueño.
Que Dios bendiga a nuestros hijos, al Presidente y al
Vicepresidente, que, al menos, sabía que de nada vale un camarote de primera
clase en un “Titanic” que se está hundiendo, como acotaba, en su columna, hace 5
años.
¡Parece que fue ayer!
¡Despertemos a la realidad!
¡Lo malo es
que todo sigue igual!
Démonos un momento para llorar, ¡por el tiempo
perdido!
¡Estamos a punto de cumplir 200 años, o ya pasamos los 500, de
subdesarrollo republicano, de violencia endémica, de esclavitud colonial, de
carreta jurídica, de tráfico, congestionado, de intereses particulares, de
demagogia… sin fin!
Menos mal… ¡Soñar no cuesta
nada!