MEMORIAS DEL MARINERO PAIPA
("Jefe de redacción" de
La corredera del 38)
Nací en Villa de Monguí (Boyacá) el 3 de enero de 1945. Después de terminar el cuarto de bachillerato técnico industrial en el Instituto “Julio Flores” de Chiquinquirá, ingresé a la Escuela de Grumetes el 1 de marzo de 1965, a la edad de 20 años, para graduarme como Marinero, especialidad Administración, el 30 de septiembre de 1967. Fui destinado a la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla” en enero de 1968 y duré allí hasta diciembre de 1970, donde desempeñé los cargos de Ayudante del Maestro Armas, Jefe de Transportes y Secretario del Jefe de Servicios Generales.
El suceso que sin duda señaló a los colombianos la mitad del Siglo XX, más que la referencia del almanaque, fue El Bogotazo. Esa fecha, abril 9 de 1948, casi intermedia entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la mitad de la centuria, cambió para bien o para mal a toda Colombia y, tanto la influencia externa de lo que se llamó la posguerra, como los acontecimientos internos que se derivaron a partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, despertaron a la nación entera. Se pasó repentinamente de la mula al avión, de la actividad artesanal a la industrial, de una economía, marcadamente agraria, notoriamente cerrada y anquilosada a una más dinámica, abierta y actualizada, acorde con las tendencias y exigencias de los mercados y estructuras imperantes. También se despertó la inconformidad, porque manifiestamente la sociedad colombiana que aletargada y sumisa obedecía a patrones caducos hasta antes de El Bogotazo, desde entonces no fue la misma.
El incipiente proceso de industrialización y la violencia que se generó en el sector rural, provocaron un desplazamiento masivo de la gente hacia las urbes, y fue de esta manera y a partir de El Bogotazo, como las ciudades empezaron a tener asentamientos humanos subnormales conocidos como tugurios. La estratificación urbana también cambió. Muchos barrios que hasta la primera mitad del siglo se consideraban de gente humilde y pobre, pasaron a ser de clase media, como ocurrió en Bogotá con los barrios de Las Cruces, La Perseverancia y la mayoría de los ubicados al sur de la capital. Los pobres de entonces, engrosaron la clase media y los emigrantes y desplazados del campo formaron el estrato bajo e indigente que vive entre la penuria y el hambre. Esa nueva clase social, miserable y desposeída hasta de la esperanza, que solo se tuvo en cuenta como un fenómeno migratorio, años más tarde sería el más protuberante factor de desestabilización que afectaría, al final del siglo, a toda la nación colombiana.
La ciudad capital de aquel tiempo, se hallaba coloquialmente dividida en tres amplios sectores que sus habitantes distinguían como Chapinero que comprendía los barrios del norte, “Bogotá” como por entonces le decían al centro de la ciudad y el sur, a todo lo que quedaba más allá del Palacio de la Carrera o Presidencial.
Los barrios elegantes eran La Merced, Teusaquillo, Quinta Camacho, Los Rosales y Palermo. La mayoría de los edificios de apartamentos, que no superaban los cuatro pisos, contaban con áreas construidas de más de 200 metros, no tenían ascensor ni portería y estaban localizados en el centro y en el Santafé. Las casas de habitación diseñadas con grandes espacios, tenían antejardín, garaje, dos patios y carbonera, pues la hulla era el único combustible utilizado para la estufa y calentador de agua. El carbón mineral se vendía, puerta a puerta por toda la ciudad, en bultos que transportaban destartaladas zorras tiradas por viejos y desnutridos caballos.
Usaquén, Fontibón, Suba y Bosa se consideraban municipios apartados de la urbe capitalina a los cuales se iba en flota, como se denomina a los buses de transporte intermunicipal y, la comunicación telefónica, requería del servicio de larga distancia con operadora. Si bien es cierto que los primeros teléfonos automáticos se instalaron en diciembre de 1948 para el perímetro de Bogotá, el servicio a las localidades vecinas se demoró varios años. Los telegramas eran el medio de comunicación más económico y expedito, pero la redacción de un radio, como se denominaba este tipo de mensajes inalámbricos, tenía un argot especial que obedecía al ingenio y a la economía. Así, para anunciar por telegrama que alguien viajaba al día siguiente en un vuelo de Avianca, se escribía "mañana Avianca esa".
Bogotá contaba con dos aeródromos que pertenecían a las empresas aéreas, Avianca y Taca, localizados en Techo, que se construyó en los predios de una vieja hacienda de este nombre -hoy ciudad Kennedy- y en Funza respectivamente. Viajar en avión llegó a ser acontecimiento familiar, que implicaba el desplazamiento de toda la familia al aeropuerto, incluyendo a los niños que querían ver los aviones, para despedir o recibir al viajero.
A la carrera séptima, entre la Avenida Jiménez y la Plaza de Bolívar, se le mencionaba como la “Calle Real” El sistema de transporte más utilizado era el tranvía que atravesaba la ciudad de sur a norte, por la carrera trece, y que partía desde la Avenida de Chile hasta la Plaza de Bolívar, pero el 9 de abril , la mayoría de los vagones fueron incendiados por la turba y los pocos que sobrevivieron al fuego prestaron servicio hasta 1951. Pero, por extraña coincidencia, el mismo año de El Bogotazo, se dieron al servicio los buses trolley que utilizaban energía eléctrica y se pusieron en funcionamiento, tirados por un camión, meses antes que se instalaran los cables a lo largo de la vía por donde transitarían. Las costumbres bogotanas poco se diferenciaban a las de comienzos de siglo. El abrigo y el sombrero constituían la principal indumentaria del “cachaco”. Las damas, para ir al centro de la capital, usaban sombrero con velo y guantes. El negro riguroso lo usaban, durante un año largo, quienes habían perdido un pariente cercano. Pasado ese lapso, se permitía el medio luto, consistente en combinar tímidamente el color blanco con el negro que predominaba en los trajes.
El automóvil particular representaba un símbolo de riqueza y confort que únicamente las familias adineradas poseían. Los vehículos oficiales que se distinguían por ser todos de color negro, estaban destinados al Presidente y sus ministros. El bus urbano con eficiencia transportaba a los bogotanos. El taxi se utilizaba en ocasiones especiales, de urgencia o para ir al aeropuerto, pero solo se podía tomar en las estaciones asignadas a las compañías, ubicadas en los parques y plazas de la ciudad.
Por entonces no existían los supermercados. Las plazas de mercado eran los sitios donde se adquirían los alimentos, distinguiéndose las del, 7 de agosto, 12 de octubre y Plaza España. La tienda del vecindario, el lugar adonde se recurría diariamente para comprar pan, leche y huevos. Las carnicerías o famas, localizadas a nivel vecinal, en las cuales las familias adquirían únicamente la ración diaria. No se conocía el aceite de cocina ni la margarina (llamada por los alemanes mantequilla “ersatz”); la manteca de origen animal se usaba para freír los alimentos. No existía el servicio a domicilio. Las gaseosas se compraban y consumían esporádicamente, pero los gustos y denominaciones con la cual se demandaban, estaban muy definidos entre el norte y sur de la ciudad. En los barrios del norte, la gaseosa genéricamente se pedía como cocacola, y en los del sur, como una dulce. La cerveza que, desde 1947, había reemplazado a la chicha, tenía más adeptos en el sur y se le conocía como amarga. En cuanto a los licores, también había marcada diferencia. En el norte, solo los adultos consumían whisky; los más jóvenes estaban limitados a consumir una pequeña dosis de ron oscuro mezclado con cocacola cuyo sabor dulce se cortaba con rodajas de limón. El aguardiente, los vinos dulces y los brandis nacionales se consumían en los barrios populares. Los cigarrillos nacionales más vendidos eran Pielroja y Royal, su demanda superaba a los importados Lucky Strike, Chesterfield y Camel, pero ninguno de ellos tenía filtro,
Con un peso en 1950 se podían comprar los siguientes artículos de la canasta familiar: una libra de arroz (20 centavos), una libra de carne (58 centavos), un huevo (9 centavos) y una libra de papa (13 centavos). El transporte en bus urbano costaba 10 centavos. El sueldo de una empleada del servicio doméstico oscilaba entre veinte y veinticinco pesos. Vale la pena anotar que las monedas fraccionarias más usadas eran las de uno, dos y cinco centavos, por lo que la chácara o monedero prodigaba más utilidad que la billetera.
La capital tenía pocos restaurantes y solo en ocasiones especiales se acudía a ellos, siendo famosos el “Temel”, el Grill del Hotel Granada y el ”Gran Vatel”. El Maizal, Tout va Bien y Don Felix, más populares. Las invitaciones a almorzar o a comer se limitaban a las casas de familia donde se servían tradicionalmente el ajiaco y el puchero santafereño. El pollo, vianda de lujo, se compraba vivo y se reservaba para los días domingo o feriados.
El cine era la distracción más frecuente de los bogotanos y cada función tenía público propio. El matineé, en las salas de primera, donde se proyectaba una película de estreno, estaba reservado a las damas; los cines de segunda, que proyectaban dos películas, por lo general una buena y otra mala, se llenaban, entre semana, con los estudiantes que se escapaban del colegio. La función vespertina, preferida por los novios, era lugar y momento donde muchas parejas por primera vez se cogieron la mano y se dieron tímidamente el primer beso. La nocturna, favorita de los casados y personas mayores. Antes de cada función se ambientaba a los asistentes con música de Chopin, Lizt o Schubert que silenciosamente escuchaban mientras degustaban unas finas barras de menta, confites Charms o tostados besitos. Casi todos los barrios capitalinos tenían salas de cine adonde se iba y se regresaba a pie.
El Lago Gaitán, la Media Torta, el Parque Nacional y el Luna Park, ofrecían los días domingo y feriados recreación al aire libre con diferentes opciones y programas, adonde por lo general iban los bogotanos después de asistir a la misa de doce, la más concurrida y elegante, donde, tanto damas como caballeros, lucían sus trajes domingueros.
La radio ocupaba un lugar secundario pero se distinguían algunas emisoras como, Radio Mundial, La Voz de Bogotá, Nueva Granada, Nuevo Mundo, Radio Santafé y la HJCK inaugurada en septiembre de 1950 . Las noticias regularmente se difundían al medio día. Por la tarde se transmitían radionovelas y por la noche programas de humor y musicales que se originaban en vivo desde los auditorios que poseían las cadenas radiales. Las rancheras, programación de la tarde, la música preferida del servicio doméstico para lavar y planchar. Los boleros de Leo Marini, los tangos de Gardel y Hugo del Carril, lo mismo que, las canciones de María Greever, interpretadas por Libertad Lamarque, hallaron en las amas de casa público cautivo. La Radio Nacional transmitía, además de música clásica, los discursos del Presidente, las noticias oficiales y los sucesos del alto gobierno.
Portada del libro "Rojas Pinilla una historia del siglo XX"
Editorial Planeta
Primera edición: marzo de 1999
Segunda edición abril de 2000
“Estampa”, “Semana” y “Cromos”, las revistas que registraban la actualidad nacional y las actividades sociales. “El Sábado”, un semanario en tamaño “tabloide” con exquisitas crónicas e historia, de Abelardo Forero Benavides. “EL TIEMPO”, vocero del oficialismo liberal, se leía por las mañanas; “EL ESPECTADOR”, era vespertino. “LA RAZON”, del liberalismo independiente y dirigido por Juan Lozano y Lozano, al decir de muchos, era el mejor escrito; “EL SIGLO” o diario de la Capuchina, tenía demanda entre los conservadores y uno que otro liberal inquieto. La prensa se expendía por medio de voceadores que, en las calles y avenidas concurridas, anunciaban el periódico que vendían, añadiendo el estribillo “... de hoy”. Algunos bogotanos, haciendo gala de fino humor y refiriéndose a dos de los periódicos capitalinos, con mucha gracia decían: “ El que lee LA RAZON, pierde el tiempo y el que lee EL TIEMPO, pierde la razón".
De vacaciones se iba a “tierra caliente”. Pero, la verdad sea dicha, Cartagena y Santa Marta casi no eran conocidas y frecuentadas por los bogotanos. Se consideraba privilegio comparable a un viaje al exterior. Los capitalinos “veraneaban” en La Esperanza, Mesitas del Colegio, Villeta, Utica, Pacho y Fusagasugá. Los más atrevidos llegaban a Girardot, Honda y La Dorada. Para ir a “tierra caliente” se utilizaba el tren y por lo general se llegaba a los hoteles que los Ferrocarriles habían construido para el turismo de la época o a las posadas que el común de las gentes llamaba pensiones, donde se disfrutaba de comida y ambiente familiar a precios económicos. En esos “veraneos” prevalecía el paseo al río, adonde se llegaba después de una larga caminata para disfrutar de la zambullida en un pozo frío, del “piquete” de rigor preparado en la misma rivera y padecer las picaduras de mosquitos.
Los colegios para varones estaban localizados en el norte y centro de la ciudad. Se distinguían el San Bartolomé de la Merced, Instituto y Liceo de la Salle, Academia de Ramírez, Politécnico, Gimnasio Moderno, Salesiano de León-XIII, Liceo de Cervantes, Americano, Alemán y Rosario, este último conocido como la “Quinta Mutis”. Los colegios femeninos más destacados y de renombre, el Nuevo Gimnasio, el San Façon, Sagrado Corazón, Las Esclavas, Alvernia, Presentación, Rosario y La Enseñanza. En casi todos los planteles había internado y “requinternado”.
La Nacional, Javeriana, Externado de Colombia, Libre y Rosario las únicas universidades que había en Bogotá. Todas tenían la carrera de derecho. Medicina, odontología, ingeniería civil y arquitectura, la Nacional y Javeriana. La carrera de economía, por aquella época, se llegó a enseñar en el Gimnasio Moderno, como un programa especial. Pasar una exigente entrevista que requería conocimientos de latín y francés, aprobar el examen psicotécnico y disponer de recursos para la manutención eran los requisitos básicos para ingresar a la universidad. Profesores y universitarios asistían a clase con saco y corbata, Los muros no albergaban ninguna clase de graffiti o mensajes de protesta. No había profesores de tiempo completo y las clases se atendían en horas del día, incluyendo el día sábado.
El idioma francés tenía más importancia que el inglés. Sacerdotes dictaban las cátedras de latín y filosofía. Las humanidades tenían preeminencia en el bachillerato. A los niños en los cursos de la primaria se les enseñaba a escribir con plumero y tinta. Los azotes, con una larga regla, en las nalgas o en la palma de la mano, el plantón mirando hacia un rincón del salón de clase todavía eran castigos que se propinaban a los indisciplinados, aunque contraviniendo disposiciones oficiales que los prohibían. Los sábados en los colegios y escuelas se izaba la bandera nacional y el domingo había que asistir a las ocho de la mañana a la Santa Misa, vistiendo uniforme de paño azul oscuro, camisa blanca y corbata negra. La memoria más que la imaginación era la clave del éxito escolar. De memoria había que recitar el catecismo del padre Astete, los ríos, los países, las capitales y las reglas de ortografía que para muchos significaron tortura y “sangre”:
Con zeta se escriben azada, vergüenza,
Hozar, despanzurra, bizcocho, azafrán,
Azufre, bizarro, calzones y trenza,
Coraza, lechuza, durazno, azacán.
Los oficiales del Ejército Nacional disfrutaban de algunos privilegios, esplendor y entretenimientos. Los bailes de gala en los casinos de oficiales se consideraban actos sociales importantes a los cuales asistía el Presidente con sus ministros. El protocolo y la indumentaria eran exigentes: para los civiles, el frac y, para los militares, el uniforme de gala, adornado con vistosas charreteras pero con pocas condecoraciones por cuanto el gobierno las dosificaba y con dificultad se obtenían. Los uniformes, quepis y sables venían de Alemania. Cada oficial, sin importar el rango, contaba con un soldado o asistente que hacía las veces de valet de chambre, cuyo oficio consistía en lustrarle las botas, brillarle los botones del uniforme, arreglarle la alcoba y atenderle con esmero y diligencia. Obedeciendo a los sofisticados reglamentos ingleses con frecuencia los oficiales del arma de caballería organizaban temporadas de Paper Chase, además, tenían un respetado equipo de polo y los festejos incluían religiosamente un programa de concursos ecuestres. Los oficiales con el grado de General no pasaban de diez y, los comandantes de las pocas brigadas, no pasaban del rango de Coronel. El pasatiempo en las horas que precedían al servicio se destinaban a la tertulia o al juego de póker.
Las noticias que llegaron a sacudir y aterrar a la opinión pública, diferentes a las que generó El Bogotazo, fueron el accidente del DC-4 de Avianca en el Tablazo y los crímenes cometidos en las estribaciones del páramo de Cruz Verde por el abogado Nepomuceno Matallana, conocido como el doctor Mata. Otros sucesos de sangre que acapararon la atención del momento se relacionaron con homicidios, cuyos protagonistas pertenecían a las altas esferas sociales. También se conoció con estupor el asesinato en la puerta de su casa del jefe de la oficina de control de cambios Alfonso Jaramillo Gómez.
Por esas calendas alrededor de la mitad del siglo, se creó la División Mayor de Fútbol, siendo su primer presidente Alfonso Senior. La integraron los recién fundados equipos de Santa Fe, Millonarios, Universidad Nacional, América, Deportivo Cali, Independiente Medellín, Atlético Municipal, Victoria, Huracán, Deportes Caldas, Once Deportivo, y Atlético Junior. El 16 de agosto de 1948, se dio inicio a la era del fútbol profesional con los primeros encuentros. Tres años más tarde, el periódico El TIEMPO, acogiendo la idea del súbdito británico Donald Raskin, organizó lo que fue la primera Vuelta a Colombia en Bicicleta (enero de 1951), en la cual compitieron 34 ciclistas. El ganador de esa admirable y difícil prueba (1.154 kilómetros), que tenía más de cross-country por el estado primitivo de las carreteras, fue Efraín Forero Triviño.
Tal era la Bogotá y sus costumbres de mitad de siglo, tranquila, segura, descongestionada. Se
distinguía de las otras ciudades por la frialdad de sus gentes y de su clima
que, para entonces, extrañamente era más frío, más nublado y más lluvioso. Ese
el escenario donde Rojas Pinilla sería el principal protagonista de importantes
y trascendentales sucesos que hollarían, más que otros, la
historia colombiana de la segunda mitad del siglo XX.
MEMORIAS DE UN DESMEMORIADO TAMBOR MAYOR
Jorge Alberto Páez Escobar CN 37–042
COMO SIEMPRE...
OTRAS ANÉCDOTAS Y EXPERIENCIAS DE LA BANDA DE GUERRA
Lo prometido es deuda y contando de antemano con la paciencia de “sus personas”, continúo en un nuevo capítulo, lo iniciado el último día del año anterior, esperando no aburrirlos y teniendo la absoluta veracidad de lo sucedido, pues fueron momentos y casos en los que estuve presente o fui protagonista y juro “pa´ Dios” que soy exacto en las narraciones. Cualquier duda o desacuerdo aclararlo con el “Bóxer”, el “Enfermero Pinto”, el “Carga Ladrillos” de Serpa y tantos “bandurrios” que fueron testigos presenciales u oculares (del Latín: óculis – mondaveris).
Como ya lo comenté en verso, mi Teniente Durán no gustaba mucho de este “llanero pati-rajado” enrazado con “boyaco” y el “Mago” Charry, a quien pretendíamos imitar, era impresionante con sus 1,90 de estatura, gorra loba con larguísima cinta, gafas “ray-ban”, pinta de Chanoc criollo y caminado cadencioso con un pie que metía como “rueda de Volks-wagen”. Tenía un parado muy particular, que yo, con mis pies normales, no hacía por lo que mi teniente Maxito, cuando estábamos en posición “a discreción” con la guaripola al frente, me ordenaba iracundo: “ponga bien el pié recluta” y me daba pataditas de esgrimista berraco.
Yo, obediente, haciendo contorciones a lo Cuasimodo, torcía mi patica 43 para complacerlo y evitar que por cosa tan “torcida”, me fueran a echar de la Banda de Guerra... Lo que mas me llamaba la atención y no entendía era porqué no les decía lo mismo a Óscar Moreno, al “Gringo” Graham, ni al “Burro” Caballero que padecían de la misma “normalidad”... Fue mi primer reto personal en la Armada: no dejarme sacar de la banda de guerra, y para mi satisfacción personal lo logré.
Una vez superado mi primer temor, lo que coincidió con el cambio del Oficial encargado de la Banda de Guerra, logré ser el Tambor Mayor, comencé a inventarme y entrenar una serie de manejos como pasar la guaripola por debajo de las piernas, lanzarla al aire para rematar con una elegante y especie de “chicuelina” (dirían los taurófilos)... Las viejas “guaripolas alemanas” estaban requetesoldadas por porrazos recibidos de manos de generaciones de aprendices de “tambor mayor”, tenían filos “corroñudos” que golpearon muchas veces mis espinillas, me hicieron dar erisipela en la pierna derecha y me rompieron la cara a la altura de la patilla del otro costado, por lo que fue necesario hacer una “costura” de contramaestre con varios puntos, en vísperas de una ceremonia de Juramento de Bandera.
Estaba “excusado de servicio”, como tantas veces estuvo Serpa, pero “por necesidades del servicio”, me tocó asistir a la Ceremonia y para disimular mi cara de Gérman Móster, me quitaron la venda y maquillaron los puntos que “quedaban hacia el otro lado de la tribuna” y al desfilar no se notarían, según decían los entendidos. El “mío caríssimo” Teniente de Fragata Efraín Cárdenas, al pasar la revista personal antes de la ceremonia, “lastimó mi prusianismo” pues me pegó una vaciada porque pensaba “no me había afeitado” y jalando los puntos quirúrgicos que él pensaba eran pelos, me hizo sentir qué dolor tan h... y lógicamente la sangre que salió, casi me impide desfilar... ¡cómo se sufre en la Marina!...
A pesar de la calidad y elasticidad de las “guaripolas alemanas”, éstas habían cumplido su ciclo y como ya mencioné, estaban demasiado “estropeadas y remendadas” por lo que me surgió la idea de hacer en madera unas “guaripolas colombianas”, imitación de las originales, “made in navy colombian indian”. Dí rienda suelta a mi iniciativa, sin consultarlo con mis superiores y gracias a buenas relaciones con los carpinteros, les solicité el trabajo, el cual quedó a mi modesto criterio, excelente y terminado en vísperas de una ceremonia.
Ya listos para iniciar el desfile, le comentaron al Comandante del Batallón la “novedad”, quien pensando eran similares a unas “porrocas” que habían en el pañol de la Banda de Guerra, ordenó enojado “se desfilara con las guaripolas alemanas y que el Tambor Mayor, fuera citado a relación por la idea chimba y por no haberlo consultado”. Desilusionado y sabiendo que era demasiado tarde para echar pié atrás, hice caso omiso de lo ordenado y desfilamos con las “guaripolas colombianas”. Terminado el desfile, el Señor CBC llamó al Oficial y le dijo: “¿Se dio cuenta lo bonitas que se veían las guaripolas alemanas?. El encargado de la Banda de Guerra tuvo que contarle la verdad, y para mi sorpresa, “sostuvo la citada a relación, pero la cambió por buen servicio”. Así nacieron las “guaripolas colombianas” que se usaron por más de dos décadas.
Hoy jocosamente y dentro del ambiente golfístico les comento a señores oficiales retirados más antiguos, que en la ENAP ellos “formaron detrás de mí, acataron mis órdenes y me seguían como a nave insignia”, lo cual niegan en un comienzo porque me recalcan: “cuando yo era recluta pecueco, ellos eran antiquísimos”. Enseguida o posteriormente, reconocen que tengo la razón porque todos fueron “bandurrios” (Rozo, Spicker, Porras, Bonilla, García´s, Prieto, Manrique, etc, etc, etc, - no olviden que la Banda de Guerra ya tenía mas de noventa cadetes... -) ¡Buena ésa, Jorgito!.
Aún recuerdo “simpáticos y vividores” como el “Mono” Prieto que sin aceptar lo anterior, pensaba la guaripola era “demasiado cómoda para ser llevada por un recluta o por uno menos antiguo”, me endosó a una tal “Belarmina”, la cual era “pesada”, tenía que cuidarla, consentirla y trastearla a todas partes, mientras él, como siempre, “hacía relaciones públicas” y se limitaba a tocarla con otros “siete enanos”... Mentiras mi Capitán, recuerdo con mucho agrado “su querida tambora” y el simpatiquísimo grupo de “pequeños gigantes” que lo acompañaban”... Grrrr... (Bonilla, Spicker, Correita, Ortiz, Morita, García y Combariza).
Hace poco, el “Carga Ladrillos”, me recordaba que cuando “no estaba excusado de servicio”, le encantaba estar en la Banda de Guerra, pues era una manera de mamarle gallo a cargar el “chopo”, por lo que se metió como lira de la cual no dominaba sino unas dos o tres marchas, pero hacía creer lo contrario pues desarrollaba prusianamente todos los “movimientos” para que no se dieran cuenta... Un día, para la izada del pabellón, fue el único que asistió de su instrumento y asustado pero astuto me dijo que su lira tenía tres teclas malas y recomendaba tocar tal y tal marcha para evitar se oyera “destemplada” la Banda de Guerra... Jorgito Serpa, de la que te salvé... ¡buena perrada!...
Tradicionalmente las marchas extranjeras eran las que más éxito tenían en la Banda de Guerra, especialmente la “marcha 13” o Eslava, con la cual se pasaba frente a la tribuna y a decir de quienes la escuchaban en ese sitio, ponía la “piel de gallina” por lo lenta y cadenciosa... y dejaba claro porqué la Marina era la Marina. Dos semanas antes de desplazarnos para un desfile del 20 de julio en Bogotá, del Comando General llegó la orden de que “estaba prohibido tocar marchas extranjeras y solo se debían tocar marchas nacionales” (¿?)...
El inconformismo y despelote fue grande ya que el “repentino nacionalismo” perjudicaba directamente nuestros exitosos intereses marciales, pero “órdenes son órdenes y éstas se cumplen o la milicia se acaba”. Nos reunimos un grupo de cada instrumento y sacando a relucir mis dotes de “músico, poeta y loco” de lo que todos tenemos un poco, armamos dos versiones de marcha de canciones colombianas: La Guabina Chiquinquireña y El Limonar.
A pesar de que la Escuela Naval no tenía profesor, fue la única que en los entrenamientos del desfile en Bogotá, tocó “marchas colombianas”, muchos de “susmercedes” lo deben recordar. Por la premura, manifestaron las otras Fuerzas, no habían podido cambiar el repertorio. Se dejó vigente la Orden, solo para el paso por la tribuna, pero como las otras unidades tampoco lograron este cometido, el día anterior al desfile “salomónicamente” se suspendió la “imparcial” orden y se dejó en “libertad marcial” el desfile.
Después de semejante esfuerzo realizado por nuestra parte, y como tampoco lo habían prohibido, al paso por la tribuna durante el desfile del 20 de Julio, marqué la “marcha 9” y nuestra “Navy School, wonderful, beautiful” desfiló marcialmente con la Guabina y al igual que como con la “marcha 13”, el éxito fue enorme y los comentarios excelentes. Así nació nuestra “Guabina Chiquinquireña” en són de marcha. Hoy se continúa escuchando y me emociona y orgullece, “sus personas”, recordar el “cómo”, “cuándo” y “porqué” de su nacimiento...
Tampoco se me puede olvidar cuando salía la Banda de Guerra a entrenar en cercanías de la Escuela Militar en el barrio El Polo y los tambores mayores en apogeo y pleno uso de su “farolería y facultades legales” al lanzar las guaripolas al aire, en ocasiones se quedaban enredadas en las cuerdas de la luz o en las líneas de los “trolleys” y era necesario hacer unas enormes pirámides humanas donde los bombos eran la base y los tamboras por su peso y agilidad, eran los encargados del ¨último esfuerzo” o rescate final.
O la cara de incredulidad o recato cuando las sardinas “navegaban” en cercanías de donde entrenábamos (¿fans?) y al entablar conversación, antes de iniciar los entrenamientos o desfiles, manifestaban el deseo de ver y tocar nuestros “instrumentos” celosamente guardados en estuches confeccionados en la sastrería, y leían en el de mi guaripola, escrito en un cuero blanco, parte de un poema que yo había “parodiado” de Pablo Neruda:
“Amo el amor que se departe en besos
aquel que al despertarme me susurra:
Jorgito, me debes treinta pesos...”
(¡Cómo se ha devaluado el Peso Colombiano!).
Que penononón siento con sus personas, pero debo cortar por ahora estas “memorias”, pues con su característica “voz de mando”, me acaba de requerir la “Sargento Camacho” (Ella fue de las “peladitas” que leyó el “verso” del forro de la guaripola y como que le encantó su contenido y su fondo... pero como es tan tímida, no lo quiere reconocer”) y me ordenó que comience a planchar la ropa que ayer lavé y ya está seca....!Mentiras!, tengo que cambiar de tema y tratar de iniciar un interesante relato sobre las “Genialidades de un convaleciente”... Hasta pronto.
(CON MOTIVO DEL ASCENSO A BRIGADIER GENERAL FAC DE RICARDO RUBIANO-GROOT)
POR : MARIO RUBIANO-GROOT
ROMAN CN 45-045
RICARDO:
Esta mañana, viniendo del colegio de Caty, pasé por el cementerio con el fin de saludar a los viejitos y les comenté que la noche de hoy (ésta) nos reuniríamos los tíos y tías, tus cinco hermanos, nuestros hijos y sobrinos y demás familiares, para homenajearte por dos razones de significativa importancia.
La primera con motivo de celebrar tu casi medio siglo de haber venido al mundo. Felicidades en tu cumpleaños, en compañía de Tati y tus hijos. La segunda y no menos importante, el haber alcanzado el grado de Oficial de Insignia, emulando al “Viejito”, que lo logró hace varios años lustros; son siete.
Hoy, a manera de obsequio, te entregamos los “Soles” que representan las Dos Estrellas que brillan y fulguran en el firmamento, son Papá y Mamá, que cual Faros, guiarán tu rumbo que inicias pronto como Oficial de Insignia.
Sabemos que tu próximo destino o Puerto para nosotros los Marinos, será la inmensidad del Llano Colombiano que es como el Mar allende nuestras costas. Igual necesitaras estas Estrellas para navegarlo con Compromiso, Eficiencia y Audacia.
Tu me diste el gran honor de revisar las palabras que dirás en próxima oportunidad ante el Mando Aéreo, permíteme recordar esas bellas expresiones dedicadas a nuestros viejitos: ... abro comillas
“En tercera instancia a mis Adorados Padres, fueron ellos quienes hoy día reposan disfrutando de la presencia del Señor en la Eternidad, quienes me dieron la oportunidad de vivir, quienes con su Ejemplo, Voluntad, Consejo, y Persistencia, permitieron y aportaron en el moldeo de mi ser y marcaron mi derrotero; deseo acotar que uno de los grandes logros y por el cual siento especial orgullo en mi vida es emular a mi querido Padre que hace 35 años llevó, por primera vez sobre sus hombros el SOL de los Generales” .... cierro comillas;
Brigadier General de la FAC Ricardo Rubiano-Groot Román
De tal forma que los otros Dos (2) soles que aquí ves, fueron los que utilizó Papito el día de su ascenso hace exactamente 35 años. Coloquialmente hablando “Que Rico que seas Tú quien los herede, pues están en los mejores hombros, por no decir en las mejores manos”.
No podemos desconocer que Tatiana, tradicionalmente conocida como nuestra “Sanandresana”, “Isleña” y “Raizal”, ha sido tu compañera y esposa estos largos años de sacrificios, traslados, sinsabores y alegrías. Hay que reconocerle su empuje y paciencia que a la postre contribuyeron en tu carrera y sabemos que seguirá apoyándote en el futuro que se avecina. Gracias Tati por tu amistad.
“Los hallaré en el cielo de la Gloria,en el mundo infinito de las almas,porque ésta tierra les quedó pequeña,para el ancho galope de sus cargas.Allá estarán jinetes en el vientoLlevando los relámpagos por Lanza,Pechando nubarrones y lucerosY usando las espuelas por rodajas”.
Mi General, la mejor suerte del mundo !!!
MARIO
A los Correderos del 38:
Que buena idea han tenido. En manos de ustedes y de los actuales Correderos del 2002, está gran parte de las pequeñas y amables tradiciones y anécdotas de nuestra ENC. Muchos éxitos y un cordial saludo.
Director: Enfermero Pinto (exterminador de ladillas, ahora con Loción N° 25, para la PUVE)Subdirector: Bóxer (encargado del pañol de deportes)Editor: Suboficial Aldana (in charge of languages room)Coordinador: Plinio (peluqueada al aire libre)Redactor: Marinero Humberto Paipa Pongutá (Jefe de Transportes)Impresores: "Bailabien" y "El Mudo" (expertos en peto y ragoüt)Diagramadora: Norma (lavandera con 100-60-100)Corresponsales desde El Bosque: Juancho Rubio y Esther Altamar (descuentos y precios especiales con VIAGRA)Publicaciones: Restrepo (esperando gratificación desde hace 35 años)Corrector: Viejito Aponte (Alfa está Bravo con Zulú porque Charles no le dio Whisky)