|
|
|
Velocidad: 32.5 nudos (cuando era nuevo)
Capacidad y tipo de combustible: 2.200 toneladas de fuel oil
Radio de acción: 7600 millas a 15 nudos.
Comentarios: Pertenecía a la clase Brooklin de la marina de los EE.UU. La superestructura fue reducida al igual que la altura de los mástiles y removidas dos catapultas que tenia a popa para lanzar aviones. Adquirido a los EE.UU. en 1951 por $ 7.800.000 lo que representó el 20 % del costo original de barco. Transferido a la Marina Argentina el 12 de abril de 1951. Fue comisionado con el nombre de “17 de octubre” en Philadelphia el 17 de Octubre de 1951 y rebautizado General Belgrano en 1956. El 7 de Diciembre de 1941 el Phoenix se encontraba fondeado en la bahía de Pearl Harbor, al NE de la Isla Ford siendo uno de los pocos buques de porte que no fue alcanzado por las bombas japonesas. Por ese motivo los americanos estaban interesados en comprar el barco, cuando fuera retirado del servicio, para convertirlo en museo.
El General Belgrano fue el primer barco hundido durante una guerra por un submarino nuclear de ataque.
RELATO DE UN NAUFRAGO
Así que accedí y cuando salí a cubierta esperaba ver algo destruido, pero parecía que todo estaba en orden. El temor que corría entre colimbas eran los Exocet; durante varias noches el tema de sobremesa era cómo reaccionaría el barco ante un misil y las fantasías que corrían eran típicas de la edad. Cuando me doy vuelta veo que por el tambucho (escotilla) por donde salí yo salió un amigo mío, bastante quemado, y le pregunté qué había pasado a lo que me respondió "nos torpedearon, bolu...". Después, cuando compartimos la sala del hospital me contó su experiencia, y es un milagro que él también la cuente... Volviendo a lo mío, miré el piso y vi un charco de sangre y me dije "zas! alguien salió herido!" y cuando presté atención, el herido era yo: me sangraban los pies por haber caminado descalzo sobre los vidrios rotos hasta la escalera, me faltaban las media de nylon con las que me había acostado (sólo quedaba el elástico) y tenía la piel hecha jirones desde la rodilla hasta la planta del pie; tenía el antebrazo derecho hasta la mano totalmente quemados y un ampollón desde la muñeca hasta el dedo meñique; como me ví lastimado, y te aclaro que no sentí nada, creo que un poco por el frío que hacía y otro poco, me dijeron después, por los gases de la explosión, me fui para la enfermería. Te aclaro que hasta acá lo llamativo era el orden que reinaba entre todos: la oficialidad daba las ordenes a viva voz, porque como no había energía no había sistemas de comunicación, todo el mundo obedeciendo: Control de Averías en su tarea, tratando de mantener el buque a flote, los enfermeros atendiendo a los heridos y el resto entrando y saliendo del interior del buque en busca de gente atrapada, con varios focos de incendio que se anunciaban por un humo negro y espeso que salía del interior. Pero lo más importante fue la sangre fría y el autocontrol que teníamos todos: como yo era Control de Averías, cuando llamaron a cubrir funciones salí corriendo a mi puesto, pero un suboficial me vio y me ordenó ir a la enfermería.
Este es uno de las primeras enseñanzas de nuestra experiencia: sabemos que cuesta mucho y cada uno responde de diferentes maneras ante la misma situación, pero es fundamental mantener la calma y la claridad mental, no dejarse llevar por el momento y asignar las prioridades debidas a cada problema. Por otro lado es importante el entrenamiento: nadie quiere, ni siquiera piensa, que su embarcación puede naufragar; es necesario estar preparado, simulando en los ratos de ocio a bordo como sucedería y como debería reaccionar; al menos, tener muy claro (memorizando si es necesario) donde está cada elemento de supervivencia a bordo y transmitirlo a los tripulantes / acompañantes. Sí es un plomo, pero nadie está exento. Mi abuelo decía "nunca digas nunca...".
Siguiendo el hilo, me puse el poncho y seguí caminando a popa. Para ubicarte, te cuento que el "Belgrano" tenía 182m de eslora, así que todo quedaba lejos, no? Cuando llego a mi puesto veo con sorpresa que la balsa 63 no estaba colgada; parece que con el sacudón del torpedo se saltó de la cama y cayó al mar. Te imaginarás mi cara de sorpresa y la de mis compañeros de balsa, así que disciplinadamente, pedimos autorización al jefe de la balsa de al lado para embarcar en cuando se de la orden; en ese momento, escuchamos el grito de "Abandonen el barco", feísimo! la escora era ya bastante pronunciada y costaba un poco mantenerse en pie; pegué un último vistazo a mi alrededor y ví varias imágenes impactantes: 1) había varias balsas ya infladas y en el agua, 2) la borda de babor estaba en el agua y la gente accedía a las balsas dando un pequeño saltito, 3) vi gente muy quemada, totalmente negros, calcinados, 4) el grupo de buzos tácticos armando un gomón con motor, 5) el 2° comandante parado en el puente, gritando con las manos cerca de la boca (a modo de bocina) la orden de abandono, 6) el orden y tranquilidad que reinaban.
El suboficial a cargo de mi nueva balsa me sacó de esa escena, algo surrealista, y me indicó que por estar herido, me cedían el paso para descender a la balsa. La cosa por estribor se puso algo más complicada, ya que el buque escoraba a babor y el casco asomaba bastante por la banda contraria. Alguien colgó un cabo para descender, así que empecé a bajar (descalzo!) tipo Batman, hasta que hice pie en un ojo de buey; como el resto venía bajando conmigo, me apuraron a tirarme; el mar columpiaba la balsa en ondas de unos 15m, de un lado a otro, así que calculé la trayectoria, me encomendé a Dios, y me tiré; con suerte caí en el techo de la balsa y salté como resorte para meterme adentro; me acurruqué y sentí como caían uno a uno mis compañeros. Algunos le erraron (o va con hache?) y cayeron al agua y solo pudimos rescatar con vida a 2 de ellos: los otros 3 murieron en poco tiempo, por hipotermia: luego de chapotear algunos minutos quedaban duros, con el chaleco salvavidas (qué ironía!) inflado, flotando. El petróleo que había en el agua hacía muy difícil recuperar al que erraba a la balsa, se resbalaban y no podíamos agarrarlos de ningún lado y como la balsa era casi redonda, el movimiento y gobierno de la misma para ir a buscarlos se hacía muy difícil.
Cuando no vimos a nadie más en cubierta decidimos cortar el cabo de amarre; en ese momento el buque estaba casi volcado sobre babor: veíamos perfectamente el fondo, el eje de una de las hélice, los planos antirrolido, las incrustaciones calcáreas. Como la porta de acceso a la balsa era muy pequeña, me metí y dejé al resto que remara para separarnos del barco. En un momento, comenzaron a gritar "Se hunde!" y estábamos a 5m del casco! El silencio que se hizo confirmó que todos pensábamos en lo mismo: nos chupa la succión y no contamos el cuento; un cabo primero que tenía a mi lado me abrazó llorando, y lo imité. En ese momento ví nuevamente mi vida en imágenes y algo más extraño: vi la situación desde otro ángulo de vista, como si estuviera 15m por arriba. Muy extraño. Me sacudieron de esta situación los gritos de mis camaradas: "viva la patria!", "viva el Belgrano!" y todos comenzamos a rezar. Creo que Dios nos escuchó, porque en ese momento aparecieron los buzos tácticos que con su gomón trataban de separar las balsas una a una (otra actitud rescatable, no?); nos alejaron unos metros pero igual sentimos el movimiento de la balsa hasta quedar sobre el lugar donde se hundió. Sentimos algunas explosiones submarinas y nos preparamos a pasar la noche. Ni nos imaginábamos por la que nos tocaría pasar de ahí en adelante...
SUPERVIVENCIA EN LA BALSA
Como sabrás, el Belgrano terminó de hundirse a eso de las 17:00hs del domingo 2 de mayo de 1982. Ya que en esas latitudes a las 18:00 hs ya es de noche y si le sumas que casi siempre está nublado, no pintaba nada lindo para el resto del día. Al poco tiempo se levantó una tormenta de aquellas: había olas de casi 10m, con "carneritos" y viento de 100Km/h, que bajaba la temperatura externa a varios grados bajo cero. El baile que nos pegaba el mar era impresionante: de repente la balsa subía la ola hasta que el "carnero" nos pegaba en las espaldas, haciéndonos volar hasta la otra banda de la balsa, y luego caíamos interminablemente, con una sensación a montaña rusa que te revolvía las tripas. El esfuerzo era doble cuando teníamos que volver rápidamente a nuestra posición para mantener el equilibrio de la balsa. Además, las portas no cerraban bien permitiendo el ingreso de agua cuando rompía la ola; con esa situación, la balsa mantenía siempre un fondo de 3 cm de agua que a pesar de los esfuerzos por achicar, nunca podíamos dejarla seca.
Como no me sentía muy bien (la deshidratación de las heridas empezaba a notarse) me acurruqué cubriéndome con la manta que me dieron antes del abandono y creo que legué a dormir un rato. No obstante, siempre me despertaba ya sea por una ola o por los constantes vómitos. Cuando venían las náuseas, el cabo primero que tenía a mi lado me sacaba el gorrito naval de la cabeza y me lo ponía en la cara; cuando terminaba, lo pasaban hasta el que estaba en la porta, lo enjuagaban y me volvía a la cabeza.
Algo parecido ocurría cuando incesantemente teníamos ganas de orinar; me voy a extender un poco en esto porque creo que resulta kafkiano: cuando teníamos ganas, debíamos sentarnos en el tubo lateral de la balsa y, haciendo más fuerza que cuando vas de cuerpo, embocar el chorrito en el recipiente ad-hoc (utilizábamos el envase de las bengalas, parecido al tubo de pelotas de tenis); luego el cilindro se pasaba de mano en mano hasta la porta, dándole el mismo tratamiento que a mi gorrito. Te aclaro, era una maniobra bastante complicada ya que teníamos que erguirnos para sentarnos y aguantar las olas directamente en el lomo, abrir la bragueta, ENCONTRAR AL AMIGO (nunca creí que podría desaparecer como lo hizo), hacer el esfuerzo para orinar (terrible) y embocar en el tubo derramando lo menos posible, todo en medio de los sacudones que nos pegaba el mar. Te aclaro que esto le pasaba a todos; al principio, los que estaban cerca de la puerta, de finolis, nomás, orinaban hacia afuera pero en la segunda o tercera vez empezaron a desistir ya en que la maniobra arriesgaban la vida del amigo, por la temperatura a la que lo exponían. Se llegó a montar "guardia de porta", para mantener a mano lo más cerrada posible las mismas; a pesar de que se usaban dos pares de guantes, la temperatura no permitía que se aguante más de 10 o 15 min.
Siguiendo con el tema de las heridas, al poco de comenzar "la navegación en balsa" protegí instintivamente mi mano / antebrazo lastimado contra mi pecho pero como supuraba se me pegó a la camiseta y en un sacudón de la balsa se me "despegó" y comenzó a sangrar. En ese momento pedí Pancutan o algo parecido del botiquín para ponerme y me vacié el pomo en la zona quemada; después me ayudaron con un vendaje que evitaría que se pegue a la ropa nuevamente. Como te dije, el piso de la balsa mantenía siempre un fondo de agua, que estaba muy fría y que me hacía perder la sensación en la punta de los dedos del pie, así que empecé a moverlos metódicamente, para evitar el famoso pie de trinchera; por suerte, gracias a esto, zafé!
Hasta ahí pasábamos el tiempo en silencio, aunque el suboficial a cargo de la balsa se esforzaba en mantenernos despiertos, cantando o rezando. El sentimiento general que reinaba a bordo era de tranquilidad y esperanza, al punto de que en los pocos comentarios que se hacían se relacionaban a cómo nos avistarían o con qué medio nos rescatarían.
Seguían los comentarios, algo más animados. Al poco tiempo, apareció otro avión, creo que un F28 de la ARA y otra vez empezamos con los gritos, aullidos, viva la patria y todas esas cosas que son en realidad más para adentro que para afuera. El rescate no podía tardar. Lo extraño para mí en toda esa situación era que no conocía a ninguno de los que me acompañaban. A algunos era la primera vez que los veía, pero el sentimiento y la comunión que había sobraban para nombrarlos "amigos de toda la vida".
Poco rato después se hizo de noche nuevamente y así pasó el lunes; nadie lo expresaba, pero todos teníamos miedo de otra "nochecita" como la anterior, así que las guardias en la porta eran permanentes y más con intención de ver el rescate que de cumplir la función específica. A pesar de los avistajes del mediodía, recién a medianoche empezamos a ver los reflectores de los buques de rescate, que poco a poco se iban agrandando; recién a las 04:00hs del martes un reflector se fijó en nuestra balsa y acompañó la maniobra hasta que abarloamos y tomamos contacto. En nuestro caso, fue el Aviso Gurruchaga el que nos rescató; maniobraba con dificultad, por el estado del mar, bastante movido todavía y que tenía otro pronóstico de tormenta para esa noche, que por suerte venía demorada.
Para abordar la instrucción fue que rompiéramos el techo de la balsa, cortándolo con las navajas marineras que teníamos en nuestro poder. Cuando mis compañeros lo hicieron pensé que sería un problema volver a usarla con el techo así: pensé que ése era mi barco! algo loco, no? Siguiendo las instrucciones, pidieron que subieran los heridos primero. Parece que yo era el único a bordo, así que me paré y me prendí de la escala de desembarco que colgaba de la banda de babor del Gurruchaga; subí un par de escalones hasta que mirando para arriba les grité: "suban que no doy más!". Me subieron a bordo y en el preciso instante en que dos marineros me abrazaron, mi cuerpo se desconectó; literalmente, estaba conciente, podía ver la cubierta por donde me arrastraban pero no podía mover un músculo, ni siquiera podía mantener la cabeza erguida. De ahí me llevaron al interior, me desnudaron, me hicieron las primeras curaciones y me cubrieron solo con una manta. Todavía mis compañeros me cargan cuando nos vemos porque, cuando recuperé las fuerzas, me paseaba en bolas por el barco, saludando a todos, hasta al Capitán, que en ese momento me abrazó.
Bueno, la cosa siguió así: cuando llegamos a Ushuaia me llevaron al Hospital Naval y me hicieron las curaciones correspondientes; me trataron bárbaro, la gente te daba mucha fuerza, enfermeros, médicos, la gente de la ciudad venía al hospital y nos atendían y te daban charla; ahí me junté con otros cuantos que estaban quemados o sufrieron el frío. Se rescataron varios cadáveres de gente que abandonó en balsas donde la cantidad no superaba los 5 tripulantes; se rescataron un par de balsas dadas vuelta, una con un par de cadáveres, la otra vacía. El agua en el piso provocó varios "pie de trinchera", pero todos estos casos se salvaron de mayores (amputaciones).
De ahí me llevaron en un avión sanitario al Hospital Naval de Puerto Belgrano, junto con el comandante: nos daba mucha fuerza el viejo y nos alentaba constantemente con frases como "fuerza, mis conscriptos!" o "vamos marino!". Un kilo, se pasó!. No obstante, en la camilla arriba de la mía estaba un cabo ppal. que no aguantó y falleció, así que todos rezamos por su descanso en ese momento.
Cuando llegué al hospital me metieron en un sala de terapia intensiva. Vino un capitán médico con una palangana y un cepillo de cerda, de esos para lavar la ropa, y me dijo: "qué preferís: lavandina o jugo de limón?". No entendía nada, pero por las dudas elegí lavandina, ya que me acordaba que de chico, cuando te caía jugo de limón en alguna lastimadura te ardía mucho; el tipo llenó la palangana con lavandina, cazó el cepillo y me dijo:"gritá todo lo que quieras, pero si me tocás, te pongo un bollo!" y empezó a cepillarme las heridas de las piernas; los gritos míos se escuchaban hasta en la Antártida. Después me explicó que para evitar que la herida se infecte, el método más efectivo era ése. Cuando terminó con las piernas siguió con el antebrazo y con la mano y hasta ahí llegue; cuando terminó me desmayé. De más está decirte que las heridas por quemaduras son muy dolorosas, no solo por el tratamiento, sino por la recuperación; zafé de los injertos, a pesar de tener quemaduras de 1°, 2° y 3° grado en un 25% de mi cuerpo.
Lo más grande fue cuando un par de días después, el jueves, del lado de afuera de la ventana de la habitación aparecieron mis viejos: mi mamá, como todas las madres, se largó a llorar (y no paraba!) y mi viejo hacía algunos chistes (malos, por cierto) aguantando las lágrimas. Ellos no tenían noticias mías desde el hundimiento así que estaban desesperados; mi vieja se coló en un pasillo y nos vimos justo cuando me llevaban a terapia para las curaciones: ahí me di cuenta de lo jodido que estaba! lo noté en su cara que apenas alcanzó a darme fuerzas...
Bueno, saliendo de esto, que me estoy poniendo algo melancólico, pasé 30 días internado y después me redestinaron a BsAs, para seguir haciendo la colimba! hasta octubre del 82. Por suerte caí en el Apostadero Naval de Dársena Norte y fue bastante liviano, ya que en los 4 o 5 meses de colimba que pase ahí hice una guardia de imaginaria y otra apostado. Claro! era el furriel que confeccionaba las listas de guardias, así que te imaginarás, todo el mundo venía al pie a la hora de los problemas...
A partir de ahí parece que todos los que vivimos esa situación tenemos un mensaje común: existe un solo problema que no tiene solución y se trata de la muerte. Todo lo demás es solucionable o pasajero. Es algo así como que se necesita una vivencia tan profunda para entender la verdadera escala de valores. Y todos coincidimos en lo mismo; salvo contadas excepciones, la mayoría de nosotros, oficiales, suboficiales y colimbas hemos salido adelante laboral y/o profesionalmente, formando nuestras familias y creciendo humanamente. Pero nunca perdimos, más bien mantenemos y reafirmamos el espíritu de cuerpo: seguimos viéndonos periódicamente, donde nunca faltan las anécdotas de aquella época; pero el sentido más importante que motiva estas reuniones es resaltar el honor y el orgullo de haber pertenecido a aquella dotación del Crucero General Belgrano. Y como misión nos hemos impuesto honrar a los 323 compañeros, héroes, que quedaron en el sur dando su vida por una causa justa, por la Patria.