Instructivo virtual de CYBER-CORREDERA para fortalecer la cultura naval
HISTORIAS RECÓNDITAS
DE LA INDEPENDENCIA
Trabajo
presentado por Jorge Serpa Erazo, Vice-presidente del Consejo de Historia Naval
de Colombia,
para
ingresar a la Academia Colombiana de Historia Militar
El principal
propósito de este modesto trabajo es ofrecer un relato diferente sobre una
época de nuestra Patria, pretendiendo mostrar sin apasionamiento, y con el
mayor respeto por nuestra historia, algunos hechos olvidados, marginados o
pretermitidos. Abordo este tema, porque he dedicado algún tiempo a investigar
el trasfondo de la Historia de nuestra independencia, su escenario y sus
protagonistas, de cuyos orígenes, evolución y consecuencias se cumplen dos
centurias.
No es está dentro
de los objetivos de este aficionado por la historia, concluir que nuestra
independencia fue prematura o descalificar a nuestros próceres, héroes y
mártires. Solo pretendo relatar con la mayor fidelidad, pero abusando de la
infinita paciencia de los aquí presentes, otra historia de la independencia y
también mostrar que muchas de sus peculiaridades se repiten a diario en los
acontecimientos del pasado y presente colombiano.
RIVALIDAD
PENDENCIERA
Como todas las cosas
que han sucedido en nuestra querida Colombia, la independencia también nació o
surgió de la rivalidad entre dos corrientes que se disputaban el poder:
“criollos” y “chapetones”. Valga la pena acotar
que esta tendencia pendenciera entre dos fracciones se ha mantenido desde
entonces: Años más tarde, en lo que se denomina “Patria Boba”, la
división fue entre centralistas y federalistas; en los primeros años de la
República, el país se enfrentó entre Santanderistas y Bolivarianos; años más
tarde la joven nación se fraccionó entre “radicales” y
“regeneradores”; el siguiente conflicto estalló entre
“nacionalistas” e “históricos”. Así, con
enfrentamientos y desavenencias entre dos grupos, muere el siglo XIX y nace el
XX, con una guerra donde lucharon los liberales (que a su vez,
estaban divididos entre los “pacifistas” de Miguel Samper y los
“guerreristas” de Uribe Uribe y Benjamín Herrera) con los
conservadores de Caro, Sanclemente y Marroquín.
Luego de la guerra
de los “Mil días”, la contienda política se torna sangrienta al
final de la hegemonía conservadora en 1930, cuando se enfrentan en los campos y
ciudades, los liberales inspirados por López Pumarejo y los conservadores
orientados por Laureano Gómez, es decir un conflicto interno, que terminó
cuando se firmó el pacto de Sitges que creó el Frente Nacional.
El enfrentamiento
y rivalidad entre Criollos y Chapetones, nació y fue creciendo por la disputa y
competencia generada entre ellos por la vinculación a los cargos burocráticos que
tenía el virreinato. Vale la pena anotar, como lo manifestó Laureano Gómez en
un escrito titulado “Una cultura conquistadora”, el 20 de julio de
1810, empezó el 6 de agosto de 1538, cuando se fundó a Santa Fe, ya que con
Jiménez de Quesada llegaron los insospechados creadores de una oligarquía, que
dos siglos y medio, más tarde, se revelaría contra sus antepasados a quienes
debía sangre, religión y estilo. Cuando esta oligarquía creyó estar madura y se
consideró poderosa, hizo la revolución.
PRIMER ENFRENTAMIENTO
ENTRE "CRIOLLOS" Y "CHAPETONES"
La abundante
historia escrita sobre los antecedentes del 20 de julio, en algunos aspectos se
ha falseado, para presentar como la principal causa que motivó nuestra
independencia, el argumento altruista de la Libertad. Pero, además de la
burocracia hubo otras cosas
que también originaron la gestación de la independencia, como la prohibición de
matrimonio entre los funcionarios de la corona y de sus hijos con las criollas,
por encumbradas que fueran. Esta causa, quizás, fue el primer enfrentamiento
entre realistas y criollos, cuando en 1729, el oidor Jorge Miguel Lozano de
Peralta se opuso al matrimonio de su hijo José Antonio con la distinguida
criolla María Josefa Caicedo y Villacís, hija y heredera única del distinguido
criollo Francisco de Caicedo y Pastrana (heredero del mayorazgo fundado en el
siglo XVI por Francisco Maldonado de Mendoza, de 45 mil hectáreas, las cuales
sirvieron de dehesa a la capital del virreinato para alojar el ganado que subía
desde el valle del Magdalena), quien se había casado con la quiteña Josefa de
Villacís, hija del presidente, gobernador y capitán general del Nuevo Reino
Dionisio Pérez Manrique.
José Antonio, el
frustrado pretendiente, fue desterrado por su padre, el oidor, a Honda, donde
fue incomunicado en un colegio religioso y María Josefa ingresó a un convento
en Santa Fe, donde tuvo que vestir los hábitos religiosos con el nombre de Sor
María Josefa de San Joaquín. Aunque el matrimonio se realizó contra viento y
marea, intervinieron, el poder de la corona española con la potestad del mando,
la rebeldía de los criollos con las herramientas del poderío económico y las
influencias del mayorazgo y la iglesia que terciaron a favor de los novios
frustrados, debido a que el cura de la catedral Francisco Javier Beltrán
Caicedo los unió por medio de un poder tramitado secretamente, cuya validez fue
cuestionada por el oidor Lozano de Peralta, pero en últimas, el arzobispado
decidió este impasse ratificando la bendición del cura Caicedo.
Este frustrado
matrimonio fue el verdadero “Florero” de la Independencia, dio
inicio al enfrentamiento en la colonia, de dos fuerzas, que entonces empezaron
una rivalidad pendenciera: chapetones y criollos.
LOS COMUNEROS Y EL
MARQUES MOROSO
Años más tarde, en
1768 el hijo de esta pareja, Jorge Miguel Lozano de Peralta, con el mismo
nombre de su discriminador abuelo, se enfrentó con el español José Groot de
Vargas, por que éste, en pleno cabildo, cuando se discutía un asunto del
virreinato, le gritó que “tenía mancha de la tierra” y era
“enemigo de los chapetones”. De inmediato, para acusar al oidor
Groot ante la corte y obtener una justa reparación, el oidor Lozano de Peralta
solicitó permiso para viajar a España, pero se le negó. Sin embargo, en
septiembre de 1772, de la corona española le llega una compensación muy
especial, el título nobiliario de Marques de San Jorge y se compromete a
consignar el tributo correspondiente, bastante oneroso. Pero Lozano de Peralta,
utiliza el título que le permite llegar a ser alcalde de Santa Fe y no cancela
el impuesto nobiliario. La Real Audiencia, le notifica que si no pagaba no
podía ser Marqués, a lo cual, Lozano de Peralta responde que él no tenía por
qué pagar lo que se merecía. El Marqués de San Jorge fue demandado por el
pago de tales derechos y siguió usando el título.
Con el fin de
atender asuntos relacionados con la imposición de nuevos tributos reales, es
decir, lo que ahora, en nuestros tiempos,
se llama reforma tributaria y para estudiar el caso del Marqués de San
Jorge, la corona española envió al regente-visitador Juan Francisco Gutiérrez
de Piñeres. La inclemente actuación alcabalera de Gutiérrez de Piñeres fue la
gestora, en las breñas de Santander del movimiento Comunero, cuando Manuela Beltrán
y el Zarco Ardila rompen el edicto con los nuevos impuestos gritando: ¡Viva el
rey, muera el mal gobierno! Este grito fue estimulado desde Santa Fe, por
el propio Marqués de San Jorge, principal afectado con la visita del Regidor
por los nuevos tributos que gravaron sus propiedades e ingresos y la amenaza
sobre su marquesado que estaba en entredicho, porque envió a los
revolucionarios del Socorro, a través de Manuel García Olano, administrador de
correos, cuñado de su hija Josefa Lozano, noticias, pasquines e instrucciones
para la incipiente revolución.
Cuando quince mil
Comuneros marchan hacia Santa Fe, liderados por Berbeo y Galán, el Regidor
Gutiérrez de Piñeres, protagonista de la revuelta, parte presuroso hacia
España. Ante la gravedad de los hechos, el gobierno del virreinato, para
detener la protesta marchante envió al oidor Osorio con cien soldados, que
fueron hechos prisioneros sin disparar un solo tiro. Solo el ayudante del oidor
Osorio logró escapar y llevar a la capital la noticia.
Amenazada Santa
Fe, se logra por acuerdo dialogar en Zipaquirá, donde el 14 de mayo de 1781, se
dieron cita las autoridades del Nuevo Reino y la “chusma”
revolucionaria. El Arzobispo Caballero y Góngora con su comitiva partió hacia
aquel lugar, consagrado como la primera zona de distensión para atender también
la primera mesa de diálogo ubicada en la casa cural, llevando como asesores al
Marqués de San Jorge y al cuñado de su hija, el famoso administrador de
correos. En otras palabras, Lozano de Peralta y García Olano, estaban jugando
en los dos bandos; por un lado asesoraban al Arzobispo y, por el otro, en
entrevistas secretas, realizadas en el campamento de los Comuneros, aconsejaban
a Berbeo y Galán. Como las conversaciones no llegaban a ningún acuerdo, por insinuación
de los dos asesores, se llegó a las famosas Capitulaciones, tal como lo refirió
el historiador Manuel Briceño. Después de una espera dilatoria, el 6 de junio,
la real audiencia, aceptó y aprobó el texto, pero en acta secreta también
declaró su nulidad, aunque con misa solemne y juramento de las partes, se
ratificó el acuerdo en Zipaquirá. Ese fue también el primer acuerdo de paz.
Al término de las
conversaciones Lozano de Peralta fue ovacionado por los Comuneros. Meses
después cuando a Caballero
y Góngora le llegó su designación como Virrey, ató varios cabos que tenía
sueltos en su memoria e inició un proceso contra su ex asesor García Olano y
envió en 1773, una carta al Conde de Floridablanca, donde manifestó entre otras
cosas: “…procuro desde mi ingreso en este mando ratificarme más y
más en los crímenes que acusaban a don Manuel García Olano administrador de
Correos de esta ciudad, cuya conducta en aquel desgraciado tiempo siempre me
fue sospechosa, por sus producciones, correspondencia y descubierta parcialidad
que manifestaba con los sediciosos del Socorro…”
El 22 de agosto de
1786, luego de varias quejas y acusaciones que llegaron a la corte española
para investigar y aclarar su participación en la revolución comunera, el Rey,
de manera directa, ordenó al Arzobispo y Virrey proceder a juzgar al Marqués de
San Jorge, quien fue detenido en el ayuntamiento durante el proceso. Tres años
más tarde, la corte ordenó que el reo fuera trasladado a España, pero estando
en Cartagena, le decretaron libertad incondicional y allí se quedó a vivir
hasta su muerte en 1793, ocurrida en el convento de la Recolección de San
Diego, sin familiares y amigos, pues su hijo mayor José María se encontraba en
Santa Fe y Jorge Tadeo, el menor, estaba en España desde 1786, donde ingresó
como cadete al Real Cuerpo de Guardias y más tarde, obtuvo el grado de Alférez
de Fusileros y fue vinculado a la sexta compañía del Regimiento de la Guardia
Real Española, allí prestó servicios hasta el 21 de junio de 1794. Durante tres
años, Jorge Tadeo Lozano, reside en París, aprende el idioma francés y visita
algunos países europeos, para regresar a la Nueva Granada en 1797.
NARIÑO Y LA
CAJA DE DIEZMOS
Cuando
a mediados de 1789, españoles y criollos organizan el recibimiento del nuevo
Virrey José de Ezpeleta, dos distinguidos criollos, José María Lozano y Antonio
Nariño, son los encargados de planear y coordinar los ágapes, como alcaldes de
recepción, que incluyeron opíparo banquete (cuyos platos se adornaron con
felpillas), velada de fuegos artificiales en la plaza principal (hoy plaza de
Bolívar) y paseo de tres días al Salto de Tequendama, con estadía bailable en
Soacha y minué en el paraje de Piedra Ancha, con parada musical, al regreso, de
estancia en estancia, que totalizó, para entonces la escandalosa cuantía de
4.646 pesos, sufragados con recursos de la Real Audiencia. Cuando El Virrey
Ezpeleta conoció la cifra gastada en su recibimiento, ordenó un tope máximo, de
dos mil pesos, para este tipo de festejos.
Días más tarde,
los frutos de la pomposa recepción se empezaron a ver. Antonio Nariño fue
ratificado en el cargo de Tesorero de la Caja de Diezmos, que ocupaba en
calidad de interino y en contra del cabildo eclesiástico. En mayo de 1791
obtiene, además, el nombramiento como miembro de la junta de policía y, antes
de terminar el año, se le designa regidor y alcalde mayor principal de Santa
Fe. Por otro lado, José María y Jorge Tadeo Lozano, hijos del frustrado
Marqués de San Jorge, solicitaron a través de Ezpeleta la restitución del
título que su padre había ostentado y les fue concedido (pagando por anticipado
dicho privilegio), recibiendo Jorge Tadeo, por sus servicios en la Guardia
Real, la rimbombante ñapa de Vizconde de Pastrana.
A las 10 de la mañana,
del 29 de agosto de 1794, el oidor criollo Mosquera y Figueroa con un grupo de
guardias al mando de un cabo de tropa, llega a la casa de Antonio Nariño, por
instrucciones del Virrey Ezpeleta, para detenerlo por desfalco a la Caja de
Diezmos, de la cual era tesorero, por la suma de noventa y dos mil pesos, seis
reales con siete y cuarto de maravedíes. El Contador de cajas reales y miembro
delegado de la Junta General de Diezmos Martín de Urdaneta, quien también
acompañó al oidor, procede a supervisar la diligencia de entrega de la
Tesorería de Diezmos, por parte de Antonio Nariño, quien tiene un exiguo saldo
de quinientos treinta y tres pesos. En la misma comisión dos canónicos de
apellidos Echeverri y Palacio, miembros del cabildo eclesiástico, reciben el
Libro de Distribuciones con anexos y demás documentos relacionados con el caso,
y quedan guardados bajo llave, en una de las habitaciones de la residencia de
la familia Nariño, custodiada por dos guardias. El mismo día le embargan al ex
tesorero sus inmuebles y en horas de la noche es enviado al regimiento de
caballería. El 6 de septiembre los dos canónicos manifiestan a la Real
Audiencia que, dado el monto del descubierto, Nariño debe entregar al cabildo
la totalidad de sus bienes.
Durante sus declaraciones
y descargos, que se iniciaron el 2 de septiembre y terminaron el 24 del mismo
mes, Antonio Nariño declara su total adhesión al soberano español, pide perdón
y cae en profunda depresión. En la investigación es vinculado Juan Nariño
Álvarez, a quien le embargan una finca de su propiedad, pero declara contra su
hermano manifestando entre otras cosas que “la palabra (de Antonio), es
enteramente despreciable”.
Mientras se
adelanta la investigación del desfalco, aparece otro cargo contra Antonio Nariño,
que lo vincula como presunto traidor a la corona, al haber utilizado la
imprenta de su propiedad para publicar una traducción de los Derechos del
Hombre. Ante la gravedad de los dos delitos, solicita los servicios de los más
importantes abogados criollos, pero Tomás
Tenorio y Camilo Torres se niegan a defenderlo. En la carta que Camilo Torres
le envió a Nariño, entre otras cosas manifiesta: “…El crecido
número de causas de pobres, las más de ellas criminales, de que me hallo
encargado, la estrechez de un término de veinte días, por los cuales, según he
oído, se ha recibido a prueba con calidad de todos los cargos, y la delicadeza
y gravedad que pide…no me permiten hacerme cargo de la defensa de
usted… En esta atención devuelvo a usted la instrucción para que usted en
vista de mis razones ponga los ojos en otro letrado. Dios Nuestro Señor guarde
a usted muchos años. Santa Fe, agosto 7 de 1795. Besa la mano de usted su más
atento servidor, José Camilo Torres. Esta circunstancia, sin duda alguna,
es el primer acto de rivalidad pendenciera entre Centralistas y Federalistas,
la primera guerra civil, que caracterizaría la muy famosa y bien llamada
“Patria Boba”.
Nariño no tenía
defensa. Entonces como último recurso, la misma Real Audiencia obligó al
abogado José Antonio Ricaurte, a asumir, de oficio, la difícil y complicada
tarea. El reo en su declaración manifestó que la publicación no se distribuyó y
fue quemada en el patio trasero de su casa. Además en la exhaustiva pesquisa
adelantada por las autoridades, no se encontró ningún ejemplar de los Derechos
del Hombre.
Al término de la
investigación la Real Audiencia condena al Precursor de la Independencia a diez
años de prisión en África, confiscación de todos sus bienes y al extrañamiento
para siempre de cualquier territorio de la corona española.
En este
punto, vale la pena anotar, con motivo de la conmemoración de los doscientos
años de estos hechos, sería importante desempolvar los documentos relacionados
con el caso de la Caja de Diezmos que reposan en el Archivo Nacional, donde se
concluye que el alcance de Nariño, después del remate de sus bienes quedó en
67.764 pesos, tres reales, treinta y dos y tres cuartos maravedíes. Para llegar
a esta cifra, el contador Romero Martínez investigó 314 iglesias, diligencias
en las cuales gastó más de seis
años.
En cumplimiento de
la sentencia, Nariño parte hacia Cádiz, a través de La Habana, pero se evade al
llegar a la península española; se esconde en Madrid algunos días en la casa de
Jorge Tadeo Lozano, quien allí residía y, luego, para evitar ser detenido y de
pronto ejecutado por el delito de fuga, recorre Francia e Inglaterra, en busca
de apoyo para gestar un movimiento en la Nueva Granada que permita la
independencia de España. Estas gestiones le permiten obtener, para la historia,
el reconocimiento como Precursor de la Independencia, título que se disputa y
comparte con el venezolano Francisco de Miranda. En abril de 1797, aparece en
Santa Fe y se oculta en su casa, más tarde empieza a ocultarse en las casas de
sus amigos, pero al fin decide entregarse utilizando como intermediario al
arzobispo Martínez Compañón. Como está aún vigente la condena de
“extrañamiento perpetuo” o sea de extradición vitalicia, su esposa,
doña Magdalena Ortega y Mesa, ocho años mayor que su marido (hija del
administrador de la real renta de aguardientes, alcalde, corregidor y
comandante general de Popayán), logra negociar con las autoridades del
virreinato, que a cambio de colaborar con la justicia y las autoridades del virreinato,
la pena se cambie. Esta figura jurídica, que muchos creíamos propia de la época
actual, aparece en nuestra historia desde entonces. La Audiencia acepta, pero a
Nariño no le concede la cárcel por casa y es recluido de nuevo en el cuartel de
caballería.
DOÑA MAGDALENA Y
JORGE TADEO
Uno de los
criollos con quien se entrevistó Doña Magdalena, y que le sirvió de “palanca”,
ante las autoridades españolas, especialmente con el Virrey Mendinueta, fue el
recién llegado y atractivo Vizconde de Pastrana y Alférez de la Guardia Real,
Don Jorge Tadeo Lozano. Hace cinco años, la historiadora Carmen Ortega
Ricaurte, al posesionarse como miembro de número de la Sociedad Nariñista, en
un trabajo que tituló El enigma del medallón, señaló que un retrato de Doña
Magdalena Ortega y Mesa de Nariño, pintado por Joaquín Gutiérrez en 1803, al
ser restaurado en 1982 por el experto en arte y restauración Adaúlfo Mendivil,
u pañolón que cubría su cuerpo había sido pintado posteriormente, para ocultar
un medallón que mostraba a un caballero de casaca española y patillas. Al
principio las directivas de la Casa Museo del 20 de Julio”, dijeron que
se trataba de don Antonio Nariño, pero más tarde, ante la inquietud histórica,
Guillermo Hernández de Alba y Fernando Restrepo Uribe, autores de la
Iconografía de Antonio Nariño y recuerdos de su vida, afirmaron que se trataba
de don Jorge Tadeo Lozano. La pregunta que surgió entonces fue: ¿que hacía don
Jorge Tadeo Lozano en el pecho de doña Magdalena de Nariño y por qué se trató de
ocultar esta imagen
pintando luego un oscuro pañolón? La respuesta, la
dio doña Carmen Ortega
Ricaurte al afirmar que entre los dos había surgido un romance o
affaire
inocultable. Además, Antonio Nariño no era el padre, ni
podría serlo, de sus
dos hijas, porque estuvo detenido desde catorce meses antes del
nacimiento de
Mercedes hasta veintidós meses después de la llegada de
Isabel y en esa época
no había lo que hoy se llama “visita conyugal”. El
mismo Nariño en
carta de febrero 6 de 1800 se queja diciendo: “Que no se me tenga
sepultado en mi encierro, privado de la comunicación de las
gentes e
inhabilitado para atender a la subsistencia de mi familia”. Vale
la pena
observar que para la época de los acontecimientos doña
Magdalena de Nariño
tenía 37 años y su amante 26, es decir, la hermosa dama
era mayor que su amante
11
años.
NARIÑO Y LOS
ANTECEDENTES DEL 20 DE JULIO
En 1803, en
reemplazo del Virrey Pedro Mendinueta llega Antonio Amar y Borbón, quien mantiene
las disposiciones de su antecesor con respecto a Nariño. Pasa el tiempo, y el
22 de agosto de 1805, Antonio Nariño llega a un acuerdo con sus fiadores y
abonadores de la Tesorería de Diezmos, para en el lapso de 10 años, pagar a
cada uno lo que le corresponda, pero
esta circunstancia
no motiva al nuevo Virrey para cambiar. Nariño, 10 meses después, el 30 de
junio de 1806 solicita al Virrey, le conceda la gracia para “…que
pueda personalmente agitar mis cuentas, recaudar mis bienes y dependencias y
pagar con sus productos a mis fiadores y abonadores”. Amar y Borbón
traslada la solicitud a la Audiencia, quien a través de oidor Juan Hernández de
Alba, con fecha 16 de agosto, expide concepto negativo, diciendo: “La
solicitud de Nariño se opone a la naturaleza de la causa que se le ha seguido.
En las de esta clase jamás se accede a la libertad de los reos…La
gravedad de estos asuntos no permiten otra cosa que la observación de la
ley”.
Fueron muchas las
cartas y los lamentos que Antonio Nariño envió al Virrey. En una de ellas, el
precursor de la independencia, expresa: “imploro con lágrimas en los ojos
la piedad del representante del soberano”, pero nadie se conmueve, hasta
que enferma. Solo ante el temor de que muera en la cárcel, le conceden libertad
condicional en 1806. Ha pasado nueve años en prisión y en su nueva vida,
respirando aire puro, recibiendo horas de sol y viviendo en un lugar menos
húmedo, la tuberculosis incipiente desaparece. Sin embargo, el 23 de noviembre
de 1809, en horas de la madrugada, se le reduce de nuevo a prisión y lo envían
a Bocachica. La causa, una reunión con el canónigo Andrés Rosillo que se
comentará más adelante.
No hay, a la fecha
resolución sobre el problema de los Diezmos, pero a favor de Nariño viene la
revolución. Son las vísperas del 20 de julio.
LA CRISIS ESPAÑOLA
El 19 de agosto de
1808 se conoce en Santa Fe la crisis española, motivada por la invasión de las
tropas napoleónicas y la abdicación del rey Carlos IV, quien con su familia es
llevado a Bayona. El reino español entra en crisis total y se crea un Consejo
de Regencia. La reacción popular en las colonias contra la invasión napoleónica
es total. Es el momento en que se unen “chapetones” y
“criollos”, como exactamente, siglo y medio más tarde, lo hicieron
liberales y conservadores para crear el Frente Nacional. En un almacén de
miscelánea localizado en la esquina de la Calle Real, frente al costado norte
de la Catedral y diagonal a la Plaza Mayor, de propiedad de José González
Llorente, que con el tiempo se fue convirtiendo en tertuliadero, se conocen de
primera mano las noticias y chismes sobre lo que acontecía en la
península.
El 11 de
septiembre, el Virrey Amar y Borbón y el delegado especial enviado por el
Consejo de Regencia José San Llorens, presiden el juramento público a Fernando
VII, con misa de Acción de Gracias, retretas, salvas de cañón, iluminación
nocturna y acuñación de monedas conmemorativas. Los dirigentes criollos fueron
muy expresivos al afirmar su total lealtad al nuevo rey y el cabildo reunido al
día siguiente aprobó un acta que entre otras cosas manifestó: “La ciudad
proclama con entusiasmo al señor don Fernando VII y su cabildo, que se halla
profundamente reconocido a los paternales desvelos del gobierno, desea
manifestar estos sentimientos dando señal de estimación a su enviado capitán de
Fragata José San Llorens, enviado por la Suprema Junta de Sevilla”.
El acta está firmada, entre otros, por José Acevedo y Gómez, Camilo Torres,
José Gregorio Gutiérrez, Nicolás de Rivas, José Ortega y Mesa y Jerónimo de
Mendoza y Galavís. Al término de la sesión, se ofreció un refresco en la casa
de Nicolás Rivas, donde Frutos Joaquín Gutiérrez, futuro revolucionario,
expresó:
Tus vasallos, señor, están clamando
No tener otro dueño que Fernando
Ese mismo día, en
triste coincidencia muere el sabio José Celestino Mutis, sin que nadie, a
excepción de tres de sus discípulos, se ocupara de velar y acompañar su cadáver
hacia el sepulcro. También con él moría la famosa Expedición Botánica.
Luego que en
Chuquisaca, Quito, Caracas y otras capitales los criollos establecieran juntas
de gobierno, en Santa Fe, se empieza a conspirar. En la casa del canónigo
Andrés Rosillo se realizan las primeras reuniones como lo reveló más tarde a
los regentes, fiscales y oidores, José de Leyva. El canónigo Rosillo, para
entonces estaba acusado ante el Virrey Amar y Borbón, por el esposo burlado
de doña Luz de Obando, de ser su amante, de vivir juntos descaradamente,
generando uno de los mayores escándalos de la época. Es importante destacar que
en el momento en que Rosillo padecía el alboroto social por su pecaminosa
relación con la señora de Obando, aceleró la agitación política como estrategia
para tratar de sofocar el escándalo. El virrey desterró a doña Luz a Villa de
Leyva, muriendo misteriosamente días más tarde. La pregunta que de inmediato
surge es, si el canónigo Rosillo conspira contra Amar y Borbón por ideales
altruistas y patrióticos o es el desquite por el destierro de su amor.
Asustado y azorado solicita una audiencia con la virreina, que le fue
concedida, para manifestarle que ante los hechos ocurridos en España, él
estaría dispuesto a apoyar un movimiento en el Nuevo Reino de Granada para
proclamar al señor Antonio Amar y Borbón y a su esposa como reyes. Además le
ofreció el apoyo de treinta mil hombres armados, a cambio de dinero que no
concretó.
Por esos días
entra a la casa del canónigo Rosillo, un criollo vinculado e investigado por
varios delitos y que está en la mira del virrey Amar y Borbón; es Antonio
Nariño. El chisme se riega en Santa Fe, llega a oídos de la Real Audiencia y
del Virrey, quien ordena detenerlo junto con Rosillo, el 23 de noviembre de
1809. Estas detenciones fueron también resultado del Memorial de Agravios,
redactado por Camilo Torres, que dos días antes se firmó por los criollos en el
cabildo y se envió a la Suprema Junta Central de España. Desde ese momento, las
reuniones del cabildo se convirtieron en grescas y riñas, donde en lugar de
argumentos y principios imperaban las bofetadas, como el enfrentamiento que
terminó a trompadas entre el regidor Bernardo Gutiérrez y el oidor Ignacio
Herrera. De las manos luego se pasó a las armas. Así nacieron odio y lucha
entre criollos y peninsulares.
¿FLORERO O
RAMILLETE?
El Memorial de Agravios,
hizo referencia de manera cruda y abierta a una tiranía que llevaba 300 años,
donde había opresión económica, explotación de los criollos en beneficio de la
corona española, veto general para ocupar los principales cargos en el gobierno
granadino, etc.
Con este
trasfondo, el 1º de marzo de 1810, zarpa de Cádiz, en la goleta la
“Carmen” el comisionado regio don Antonio Villavicencio, nombrado
por la Junta Suprema de Sevilla, para calmar los ánimos que en las colonias se
estaban exasperando. Villavicencio, había nacido en Quito, pero siendo muy niño
se radicó en Santa Fe, con sus padres don Fernando de Villavicencio, conde del
Real Agrado, contador de las Cajas Reales de Quito y de Joaquina Berástegui,
hija del oidor Antonio de Berástegui y María Dávila y Caicedo, es decir, está
emparentado con los Caicedo, con los Azcárate, con los Vélez, con los Sanz de Santamaría
y con los Lozano; además había estudiado en el Rosario. Más tarde viajó a
Madrid donde se vinculó a la marina real, habiendo obtenido en 1800 el grado de
alférez de fragata. En 1802 es ascendido a alférez de navío y en 1804,
siendo teniente de fragata luchó contra los franceses a órdenes del Mariscal
Wellington. Como Villavicencio viene enviado por la corona pero está
emparentado con lo más granado de la sociedad neogranadina, los criollos
deciden ofrecerle un banquete en la casa de su pariente José Sanz de
Santamaría, sin invitar a ningún chapetón.
Santa Fe para
entonces contaba aproximadamente con veinte mil habitantes, tenía 28 iglesias,
cuatro plazas principales (la Mayor –hoy Plaza de Bolívar; San Francisco
-hoy Parque Santander-, San Victorino y Las Cruces), el cementerio se llamaba
la “Huerta de Jaime” que es hoy el Parque de los Mártires. Los
límites capitalinos eran: por el sur, Las Cruces; oriente, Egipto; norte, San
Diego y occidente La Capuchina.
El comerciante
José González Llorente, quien había llegado en 1779, estaba casado con la dama
criolla María Dolores Ponce de León, hija de Luís Ponce de León y María Ignacia
Lombana, de ascendencia santandereana. A su negocio, convertido en
tertuliadero, entraban americanos y españoles a comprar y a vender; a prestar
dinero, a cobrar y a pagar.
Aunque la
tradición señala un florero como el objeto que motivo la revuelta, los
documentos que refieren el caso, relacionan unos “adornos para la
mesa”. José Acevedo y Gómez, refiere: “A las doce del día 20, fue
don Luís Rubio a pedir prestado un ramillete a don José González
Llorente… Llorente le negó con excusas frívolas: se le dijo que era para
disponer la mesa que se le preparaba en obsequio del diputado regio don Antonio
Villavicencio y respondió que él se c… en Villavicencio y en todos los
americanos. De igual manera, otros escritos coinciden en un centro de mesa
para colocar un “ramillete”, además es poco creíble que en las
opulentas casas de algunos criollos no existiera un florero para adornar una
mesa. También varios cronistas refieren que la víspera del 20 de julio, el
observatorio fue el lugar de una reunión a la que asistieron Camilo Torres, los
Morales y Caldas, para organizar la pelea con Llorente, versiones que carecen
de credibilidad, por cuanto, nadie tenía la certeza de cómo Llorente iba a
reaccionar, si era amigo de todos.
José Acevedo y
Gómez refiere a Luís Rubio como el encargado de solicitar el adorno de mesa y
no a los Morales. Vale la pena comentar que el florero actualmente exhibido en
la Casa Museo del 20 de Julio, tiene alegorías monárquicas lo cual no estaba a
tono con el homenaje que los criollos le ofrecían a Villavicencio. Una leyenda
de Fidel Pombo, de 1886, para un catálogo del incipiente museo de la
independencia, expresa: “Taza de loza fina con las armas de España en
relieve.”
EL 20 DE JULIO Y
SUS PORMENORES
Lo
cierto es que, entre las once y las doce, de aquel 20 de julio, Francisco
Morales y sus dos hijos tienen un altercado con González Llorente, que de los
insultos, pasó a los golpes, y en la calle se inició un motín, donde el grito
predominante ”mueran los chapetones”, se acompañó con una lluvia de
piedra contra el almacén. El primero en hablar ante la turba fue José Miguel
Pey, quien pidió serenidad y señaló que González Llorente sería llevado a la
cárcel. Hasta aquí la intervención inusitada del pueblo raso, luego, la chusma
motivada por José María Carbonell vocero de la oligarquía criolla, empieza a
recorrer las calles gritando: “Cabildo abierto” “Mueran los
chapetones”.
El virrey Amar y
Borbón, en la casa virreynal, reunido con Juan Sámano, comandante de la
guarnición militar de Santa Fe, decide mantener la calma, mientras obtiene
información sobre el desarrollo de los acontecimientos y, los criollos, por
otro lado se reúnen en el cabildo donde solicitan la creación
de una junta de gobierno, pero reina el desorden e imperan los gritos. En
la Plaza Mayor, el mercado, después de medio día los toldillos se levantan y
los campesinos parten para sus parcelas. En definitiva, aunque en el acta del
cabildo se habla de “nueve mil personas”, la verdad la señaló el
semanario “EL Mosaico” con la siguiente acotación:
“…Llegada la noche parecía el juicio, y había en la plaza no más de
sesenta individuos, pues hasta las señoras habían tomado partido”, que
concuerda con lo manifestado por Acevedo y Gómez: “Los hombres más ilustres
y patriotas asustados, se habían retirado hasta los retretes más recónditos de
sus casas”.
Este es el
escenario para la primera y única actuación pública del comerciante criollo
José Acevedo y Gómez, señalado como el tribuno del pueblo, para salir al balcón
y manifestar aquella frase que aún retumba en los anales de nuestra Historia:
“…Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis
escapar esta ocasión única y feliz,
antes de doce horas seréis tratados como insurgentes. Ved las cadenas y los
grillos que os esperan”.
En estas
circunstancias se eligen los miembros de la Junta Suprema de Gobierno. El
cronista Caballero, testigo presencial, relató: “El pueblo con
cualesquiera arengas que decían en el balcón los de la junta u otros, todo se
volvía una confusión. Cuando unos decían “muera”, otros gritaban
“viva”. Unos pedían una cosa, otros otra, a nadie se le oía a la
perfección”. Acevedo y Gómez, por su parte dijo: “Formé la lista de
los diputados, en medio del tumulto y de la confusión”
Hacia las dos de
la mañana, se estableció que la junta debería tener un presidente que fuera el
jefe del gobierno revolucionario. Para sorpresa de muchos Camilo Torres y
Acevedo y Gómez propusieron que para ocupar esta importante posición nadie más
apropiado que el mismo Virrey Antonio Amar y Borbón, es decir, a la misma
persona que estaban derrocando. La propuesta fue votada y por aclamación
se proclamó al excelentísimo señor Amar y Borbón, presidente del nuevo
gobierno. De inmediato se nombró una comisión para informar al Virrey que había
sido nombrado presidente de la junta que lo había derrocado y que requerían de
su presencia para que prestara juramento. Y viene lo más insólito, Amar y
Borbón, se presentó a las tres de la mañana y juró. En medio de este proceso,
se configura también un auto-golpe. Pero este engendro revolucionario solo duró
cinco días, por cuanto gobernar con Amar
y Borbón era incómodo para todos, entonces el “pueblo soberano”
nombró una comisión para detener al virrey y a la virreina.
El 26 de julio la
Junta Suprema de Gobierno, ante las presiones y acontecimientos que surgen,
designa a José Miguel Pey, nuevo jefe de gobierno y el 14 de agosto, Antonio
Amar y Borbón y su esposa Francisca de Villanova salen de la Casa de la Aduana,
que se les había asignado como cárcel y regresan a la casa virreinal para
empacar sus pertenencias, pues debían regresar a España. Al abrir sus baúles,
la virreina no encontró sus preciadas joyas y el virrey sus doblones. En las
paredes ya no estaban colgados los cuadros y algunos muebles habían
desaparecido. Se conoció más tarde, que en la casa del criollo Pedro Lastra
estaba la vajilla, la cristalería y algunos adornos. Una gargantilla de perlas
y un vistoso aderezo de esmeraldas figuraron en la relación de las joyas que
con 83.984 pesos en doblones fueron depositados en la Casa de Moneda.
Cuando el 27 de abril de 1811, la Fiscalía de Hacienda dio la orden de
desembargar las joyas de la ex virreina, ante los reclamos del abogado
LA PATRIA BOBA
Con la expulsión
de Amar y Borbón empieza un gobierno de seis años: del 15 de agosto de 1810 al
6 de mayo de 1816, conocido como la “Patria Boba”. El primer acto
del gobierno independiente fue cuando el Presidente de la Junta Suprema, Don
José Miguel Pey, le
notifica al pueblo desde el balcón: “Retiraos y que no se oigan más en
adelante las tumultuosas voces de ”el pueblo dice, el pueblo pide, el
pueblo quiere”.
Gobiernan los
criollos, pero Nariño sigue preso en Bocachica. Sus amigos y parientes que
están en la Junta Suprema de Gobierno, se hacen los de la vista gorda. Saben
que si Nariño viene a Santa fe, les dañará la fiesta. Solo la intensa
gestión durante dos meses, de sus familiares más próximos ante la Junta,
permite su regreso, pero esta le pone una condición, que tiene que ver con la
Caja de Diezmos. Debe presentar una fianza como “deudor fallido”.
No son los chapetones quienes le enrostran su pecado, ni es la publicación del
panfleto con los “Derechos del Hombre”; son los mismos criollos,
que le reviven su pasado. El 8 de diciembre Nariño llega a Bogotá.
Las provincias
rivalizan entre sí y empieza a reinar la anarquía. Frutos Joaquín Gutiérrez,
miembro de la Junta Suprema de Gobierno manifestó: “Ochenta días han
corrido. Nuestra libertad está en problemas y la felicidad nos es desconocida.
Yo me creo obligado a pronunciar la verdad por triste y amarga que sea…
Las provincias, desconfiadas unas, envidiosas otras, orgullosas de su libertad
pero sin ilustración, abatidas, sin política han formado del Nuevo Reino de
Granada un teatro oscuro donde se ven, en contradicción, todas las virtudes y
todas las pasiones”.
PRIMER CONGRESO Y
PRIMERA CONSTITUYENTE
El 22 de diciembre
se instaló el primer Congreso Nacional de nuestra historia, conformado
únicamente por seis representantes de las provincias a saber: Camilo Torres,
Manuel Bernardo Álvarez, el canónigo Andrés Rosillo, Ignacio de Herrera, León
Armero y Manuel Campos, con la secretaría de Antonio Nariño. Como sus
deliberaciones se convirtieron en enfrentamientos personales, se liquidó y a
principios de 1811, se eligió una junta de notables para organizar una
constituyente. Los notables convocaron el Colegio Constituyente Electoral,
donde asistieron cuarenta y dos delegados que aprobaron el 26 de marzo la
primera Constitución, con trescientos artículos, en donde, para diferenciarse
del tirano gobierno desterrado, se suprimieron algunos impuestos y se bajaron otros,
lo que iría a quebrar las finanzas públicas, también se crea el Estado Soberano
de Cundinamarca y al Rey de España, Fernando VII, se le proclama rey de los
cundinamarqueses y a Jorge Tadeo Lozano,
presidente.
Con Te Deum,
música y toros, el 20 de julio de 1811, se conmemoró el primer año de la
independencia, pero el presidente Jorge Tadeo Lozano (Jorge I como le decían
sus malquerientes), está desesperado en el cargo, habiendo declarado, días
antes, que prefería la cárcel a su despacho. Así los acontecimientos, el
19 de septiembre, cuando en el palacio de los virreyes, sesiona el congreso en
pleno los “pateadores” o centralistas, dirigidos por José María
Carbonell, agitan a la chusma y con algunos soldados se toman la vieja casa
donde están reunidos los congresistas y piden la cabeza del presidente. Jorge
Tadeo Lozano renuncia a su cargo y es reemplazado mediante votación acelerada y
tumultuosa por Antonio Nariño. Como vigilantes y compromisarios de la elección
actuaron Manuel Pardo y Pedro Groot, nariñistas de primera clase. Días antes,
el 16 de junio, Magdalena Ortega de Nariño había fallecido en Bogotá. En el
número 3 de La Bagatela, Antonio le hace un panegírico a su fallecida esposa,
pero en lugar
de mencionar su nombre, lo cambia por el de Emma. “Oh mi Emma, tu habitas
ya en un eterno silencio; tu alma partió mis penas y mis
placeres…” Este panegírico, no se sabe aún, si es un
elogio o un desquite.
Lo primero que
hizo Nariño de presidente, fue llamar al orden a las provincias, centralizar el
gobierno en Santa Fe y ejercer el mando sin depender de la corporación que lo
eligió. Esto no fue de buen recibo en el congreso que era federalista y estaba
influenciado por Camilo Torres, quien por esos días redactaba en 78 artículos,
el acta de la Confederación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que
le devolvía el poder al congreso y fue firmada por la mayoría de los
congresistas, pero la corporación se dividió, cuando el 4 de diciembre, Antonio
Nariño expide un decreto de indulto general, que desde luego lo beneficiaba a
él personalmente, en el caso de la Caja de Diezmos. Seguidamente, solicitó que
con el dinero retenido a Amar y Borbón, y depositado en la Casa de Moneda se le
indemnizara. El apoderado del ex virrey,
CENTRALISTAS v/s
FEDERALISTAS
A estas alturas,
la mayoría de los criollos estaban decepcionados del 20 de julio y de sus
protagonistas. Las provincias empezaron a distanciarse del gobierno
centralista de Nariño, argumentando que Antonio Nariño quería debilitar las
comarcas soberanas para entregarlas al poder español. En el nor-oriente las
provincias de Tunja, Girón y Pamplona hacen caso omiso del poder central y no
acatan sus órdenes, entonces, el presidente de Cundinamarca, envía una
expedición militar al mando de Joaquín Ricaurte, pero al salir de Santa Fe se
cambia de bando. Una segunda expedición comandada por Antonio Baraya, al llegar
a Tunja se convierte en federalista. Seguidamente Baraya organiza una reunión
en Sogamoso a la cual asisten, entre otros, Francisco José de Caldas,
Rafael Urdaneta, Francisco de Paula Santander, José María Ricaurte y Atanasio
Girardot, para organizar la lucha contra Nariño y sus centralistas.
Ante la
crisis, que no tiene salida, Nariño renuncia inicialmente el 12 de febrero,
luego el 4 de marzo y posteriormente el 18 de mayo, pero en ninguna de esas
fechas, le aceptan la renuncia al no haber persona alguna que se preste a
reemplazarlo. Ante los hechos y la insistencia de Nariño, el congreso encarga a
don Manuel de Castro, señor adinerado, que vivía solo en una casa grande con
una perra. Cuando lo llamaron para asumir la presidencia del Estado Soberano de
Cundinamarca, expresó que no podía ir, hasta tanto no terminara de espulgar su
perrita. Gobernó el señor Castro, hasta el día que llegó un ultimátum del
general Antonio Baraya, donde le solicitaba que para evitar derramamiento de
sangre entregara la presidencia. En ese momento los centralistas sacaron de su
finca de “Fucha” a Antonio Nariño y lo restituyen en el poder, con
plenos poderes dictatoriales. Así se celebra el segundo año del 20 de julio.
Baraya empieza el
regreso a Bogotá con más de dos mil hombres. Las primeras escaramuzas en el
trayecto, dan la victoria a los federalistas. Los santafereños se alistan construyendo
barricadas en las calles, apoyando al ejército y rezando. Antonio Nariño, le da
el título de General de su ejército, a la imagen de Jesucristo que se venera en
la iglesia de La Veracruz. Cuando las tropas de Baraya ingresaban a San
Victorino, el disparo de un viejo cañón escondido en una casa, hizo que las
tropas federalistas entraran en desbandada y la primera guerra civil de nuestro
país se acabó. Un cronista relata que esta guerra civil no era una guerra entre
hermanos. Era una guerra entre hermanos, primos hermanos, cuñados, sobrinos y
parientes próximos. También es importante anotar que desde esa primera
guerra civil, los campesinos de todo el país pasaron a tener una circunstancia
nueva; de ahí en adelante quedaron a merced del gobierno de turno que los
empezó a reclutar para combatir por la “libertad”, la
“patria”, la “legitimidad”, y en nuestro tiempo por
“la seguridad democrática”.
EL HIJO REALISTA
DE NARIÑO
El 15 de julio de
1813, el colegio electoral se volvió a reunir para definir la total
independencia de España. Por cuarenta y ocho votos contra dos, se aprobó
la moción a favor de la separación total de España y Fernando VII dejaba de ser
rey de los cundinamarqueses. En agosto de 1813, Gregorio Nariño, segundo
hijo del presidente, llega a Santa Fe como enviado secreto del virrey don
Francisco Montalvo, quien estaba en Santa Marta, con la misión recóndita de
persuadir a su padre para que a través de negociaciones, el Nuevo Reino de
Granada volviera al dominio español, donde habría perdón y olvido para los
revolucionarios. Aquí aparece por primera vez, en nuestra Historia, una de las
tantas fórmulas políticas implementadas para lograr un proceso de paz, como
ocurre en el presente.
La misión de
Gregorio es casi exitosa, pues la experiencia en la presidencia le permite a
Nariño pensar que, de pronto, esa era la solución para salir del caos y acabar
con la crisis que en todo sentido agobiaba a la joven nación. “Es
preciso obrar con extrema prudencia, porque estando disociadas las provincias,
esta empresa no estaba en sus manos y convenía antes dejar templar la
efervescencia”, fueron palabras que Antonio Nariño le expresó a su hijo
Gregorio y confirman la tónica en que estaba el precursor por aquellos
días.
Pasado el tercer
aniversario del grito de independencia, Nariño parte hacia el sur, con el fin
de detener las fuerzas realistas, que al mando de Juan Sámano, iniciaban la
marcha para restablecer la autoridad española. En las primeras batallas el
precursor triunfa, pero en las cercanías de Pasto es derrotado y hecho
prisionero por soldados de Aymerich. Es el momento en que Nariño formal y
abiertamente presenta una formula para llegar a un armisticio con los
españoles. La caída de Nariño y su propuesta de tregua y negociación son un golpe
muy duro para los centralistas y motivo de esperanza para los españoles.
Aparece entonces
Simón Bolívar en Cartagena y entra en contacto con Camilo Torres residente en
Tunja, para someter a Santa Fe, gobernada por Manuel Bernardo Álvarez, tío de
Nariño. Para entonces, el pueblo santafereño, ante tantos problemas, era más
realista que patriota. Bolívar, con sus “negros” venezolanos, que
era más temido que los mismos españoles, convino con los federalistas que si
había resistencia en Santa Fe, se tomaría la ciudad a sangre y fuego. La
capital resistió por unos días el asedio del caraqueño, pero se rindió. La toma
de Santa Fe fue despiadada y estuvo acompañada de saqueo y violaciones. No se
salvaron, la hacienda Hierbabuena, la casa de Camilo Torres, el observatorio
astronómico (donde destruyeron algunos trabajos de la Expedición Botánica allí
guardados), La Chamicera y La Estanzuela y matan a los criados de José Nicolás
de Rivas. El 12 de enero de 1815, regresa a la capital Camilo Torres con
sus amigos para establecer un gobierno
federalista.
ESPAÑA Y LA
INDEPENDENCIA AMERICANA
En la Historia y
reseñas sobre la Independencia, se conocen más las acciones militares e
individuales, que las motivaciones económicas, políticas, sociales y la situación
internacional del momento, que favorecieron el apoyo y desarrollo del proceso
independentista. Es importante destacar, mirando al otro lado del océano o la
otra cara de la moneda, que hasta un partido de oposición surgió en España que
simpatizó con la revolución de las colonias, lo cual indica que la Revolución
del Riego de 1820, no fue un hecho aislado o de generación
espontánea.
Este singular
movimiento político de oposición surgió en 1812, a raíz de la Constitución de
Cádiz y permitió, tímidamente, la representación popular de las colonias
españolas. Los documentos al respecto, que reposan en el Archivo General de
Indias, en Sevilla, revelan que el movimiento de oposición liberal rechazó el
uso de las armas de la Corona Española, para doblegar y someter las provincias
insurgentes y fue una especie de “quinta columna”, aportando a la
lucha americana elementos decisivos para el éxito final.
A este partido
antagónico de la corona, se sumaron personas significativas de los diferentes
estamentos españoles, pues el General Rafael del Riego y Núñez, principal
protagonista del alzamiento liberal de Cabezas de San Juan, fue desde sus
inicios un fervoroso simpatizante, pero luego del fracaso de la reconquista
española, pasó a ser uno de sus integrantes secretos, dado el agudo
enfrentamiento con el monarca Fernando VII.
La
agitación en las colonias convencía al partido oposicionista y las alarmantes
noticias que llegaban de América le daban la razón. Además, los movimientos
independentistas encontraron benevolente acogida –abierta o solapada-
entre las principales potencias europeas y los Estados Unidos, países que
aspiraban a romper el imperio colonial que solo beneficiaba a España e impedía
la expansión comercial. La situación internacional presagiaba el
ineludible desprendimiento de las colonias americanas, por la débil posición de
Fernando VII en el campo internacional, la situación interna originada por su
régimen absolutista y de terror en la misma España y la carencia de recursos
para doblegar la insurrección de sus colonias. Todo lo anterior indica que no
existía un mejor momento histórico para la terminación del imperio español, ni
más propicio para la emancipación.
El exagerado
sentido nacionalista, ha deformado el cuadro de la independencia americana.
España perdió la batalla como también la perdieron las otras potencias
colonialistas: Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda; y los métodos represivos
que también utilizaron para exterminar los movimientos rebeldes, poco se
diferenciaron y no fueron menos sangrientos que los españoles. La oposición al
imperialismo tiene también raíces históricas en España, como el inconformismo
del dominico Fray Bartolomé de las Casas, los manifiestos del Conde de Aranda y
los muchos vaticinios que se hicieron sobre la pérdida de sus colonias, por la
rigidez de la sociedad española, la pesadez de su burocracia, las arraigadas
tradiciones feudales y la ceguedad de los gobernantes que impidieron se
realizaran cambios en la política hacia sus colonias.
LA RECONQUISTA
ESPAÑOLA CON "PERDÓN Y OLVIDO"
La primera duda
que surgió en la corte, con respecto a una “solución militar” para
rescatar las colonias, fue si esta la debía realizar el Ejército o la Armada.
La derrota de Trafalgar había casi terminado el poder naval de España y su
recuperación exigía tiempo y muchos recursos. Entonces Fernando VII, después de
escuchar a sus asesores concluyó que la acción militar debía basarse en
acciones de tropa terrestre. Desde 1812, la corona española había enviado a ultramar
12 expediciones: entre ellas, cuatro a Nueva España, cuatro a Montevideo, dos a
Lima, otra a Maracaibo y la última a Costafirme. Esta sería la número 13, que
en los medios proviceros, tenía ya la suerte echada y fue motivo que muchos
argumentaron para no participar de manera voluntaria en la expedición.
Algunos
analistas de la historia agregan a la lista de errores cometidos por España, la
designación de Pablo Morillo como jefe de la reconquista peninsular. Aquí se
requería más un político que un soldado. Pero se escogió al general Morillo,
por recomendación de la Junta de Generales reunida en julio de 1814. Morillo,
era uno de los mejores generales de
España.
En pocos meses las
autoridades militares lograron reunir en Cádiz más de 12 mil hombres, en
infantería, caballería y artillería, con experiencia militar en combate.
Muchos veteranos aún jóvenes, habían participado en la lucha contra Napoleón.
También consiguieron buques de escolta y transporte.
Los ministros de
la corona creían que la expedición militar, no podía infundir miedo y terror,
el principal papel era despertar simpatía entre los americanos amigos de la
corona, y… realmente los había. Era importante tratar a los criollos como
hermanos. A Morillo se le insistía emplear “todos los medios de dulzura,
que mencionara una amnistía general, perdón y olvido para los americanos que
abandonen las fuerzas rebeldes, entreguen lar armas y se vinculen a las tropas
realistas”. Estas frases ahora tan de actualidad, permiten reflexionar
sobre su eficacia.
El 17 de febrero
de 1815, zarpa de Cádiz la expedición militar española, al mando del General
Pablo Morillo, con destino a Montevideo, pero luego de varios días de
navegación, el comandante le informa a su tropa que el destino es la Capitanía
de Venezuela, noticia que casi crea un motín. El primero de abril,
extrañamente, el ministro español Lardizábal, expedía un decreto ascendiendo a
Morillo al grado de Teniente General.
LAS PRIMERAS
MASACRES Y LOS PRIMEROS VIOLENTOS
La flota
expedicionaria fondea el 5 de abril de 1815 en Carúpano (Venezuela), donde se
encuentra el general Tomás Morales y de inmediato Pablo Morillo realiza el
primer consejo de guerra realista, escucha testimonios y versiones sobre la
real situación y la manera como se desarrolla la guerra a muerte que Simón
Bolívar, ha declarado a la corona. También se entera que la isla
Margarita está en manos de Juan Bautista Arismendi, quien cuando era
comandante de la plaza de Caracas por ausencia del General José Félix Rivas,
dio cumplimiento a la orden de Bolívar de ejecutar, a los ochocientos españoles
canarios presos en las cárceles de aquella ciudad. Arismendi, que dudaba que
los españoles pertenecieran a la raza humana, se solazaba de haber ejecutado
'ochocientos chapetones"
En la
nota en que da parte al Libertador de aquella bárbara ejecución, dice:
“Muy probable es que este fusilamiento sirva de escarmiento a los tiranos
y paren en su carrera de exterminio; en cuanto a mí, cualquiera que sea el
fallo con que me cobije la historia por este hecho, solo sé que he cumplido con
un deber, obedeciendo a la disciplina militar y sirviendo a las necesidades de
la Patria, que de vez en cuando impone a los hombres, por mas sensible que
tengan la conciencia, esta especie de sacrificios.” El margariteño no
tenia horror por la sangre, ni se paraba ante nada tratándose de servir a la
causa de sus convicciones.
Pero si entre los
patriotas había gente violenta como Juan Bautista Arismendi, Hermógenes Maza y
Leonardo Infante, entre otros, el furor español tampoco tuvo límites; baste
citar a Monteverde, Zuazola, Rosete, Calzada, Tizcar, Tacon, Sámano, Enrile,
Boves, Morales, De la Hoz, Urreistieta y al mismo Pablo Morillo, igualmente
crueles o más desalmados que los patriotas. Pasar a cuchillo a los
prisioneros hechos en una batalla, era para aquellos hombres feroces una cosa
corriente. Tomar a sangre y fuego las poblaciones que juzgaban enemigas,
repartiendo la muerte, sin respetar niños, mujeres o ancianos, era para los
representantes de Fernando VII una acción heroica que merecía los honores de la
apoteosis. Cuando Zuazola desolló en las pampas de Urica a cincuenta
prisioneros y cortó las orejas a más de doscientas personas pacíficas, para
escarnio de los enemigos del Rey, según su propia expresión, Monteverde lo
ascendió de Teniente-Coronel a Coronel efectivo.
Para terminar esta
cruda pero necesaria reseña sobre la crueldad que fue constante en españoles y
patriotas y que naturalmente afectó a la masa del pueblo aquejado por la
revolución, donde muchos no tomaron partido, se hace necesario agregar los
inmensos recursos de todo género invertidos para mantener la lucha hasta
inclinar la balanza del lado de la libertad.
Ante la situación
que se vivía en la Isla Margarita con Arismendi, el general Morillo ordena a
Tomás Morales desembarcar en la isla. Conocido el valor de los margariteños,
Morales parte con dos divisiones, de tres mil soldados y al mismo tiempo el
pacificador Morillo, por otro lado, se acerca a dicho lugar con sus doce mil
hombres
En presencia de
semejante expedición que el 7 de abril de 1815, desembarca por dos costados con
alguna resistencia que es aplastada, Arismendi resuelve capitular el día 9,
antes de ser atacado y logra tener con Morillo una conferencia en las playas de
Pampatar. En la entrevista Arismendi como lo relataron varios testigos, se
tendió a los pies del pacificador, le suplicó compasión y prometió, desde ese
día, futura lealtad a la corona; así mismo convino en entregar las armas y
hacer la paz. Ante este gesto, Morillo aceptó la rendición y se comprometió a
que los margariteños serian indultados por su conducta pasada.
Luego de este
acuerdo, Morillo parte el 20 de abril hacia el continente, dejando una pequeña
fuerza y nombra gobernador de la isla a Herraiz, pero éste, que era un español
de buen corazón, fue al poco tiempo sustituido por don Joaquín Urreistieta,
hombre avaro y cruel, cuyo primer paso fue apresar a Arismendi, quien teniendo
conocimiento de lo que se tramaba, huyó a los montes con sus hijos, cayendo en
poder de su perseguidor su esposa, Luisa Cáceres. Esta señora, a pesar de
hallarse en estado de gravidez, fue flagelada y torturada porque no denunció el
paradero de su marido. Tal hecho motivó a Arismendi a incumplir la promesa
hecha a Pablo Morillo y a continuar la lucha al lado de Bolívar.
En efecto, dando
rienda suelta a su furor, sale de su escondite con treinta hombres, y
dirigiéndose al puerto de Juan Griego, ataca la guarnición que allí había, con
ciento cincuenta hombres, los tomó prisioneros y los mandó degollar en el acto,
luego marchó sin pérdida de tiempo sobre la Villa del Norte y sorprendió la
guarnición de Casa Fuerte matando doscientos españoles. Para finales de octubre
tenía más de mil quinientos soldados, armados de fusiles, lanzas, cuchillos y
machetes. Con esta fuerza derrota a Urreistieta y es de nuevo el amo y señor de
isla Margarita, donde espera órdenes de Bolívar.
TROPAS DE LA
EXPEDICIÓN ESPAÑOLA
General
en jefe, Pablo Morillo
Jefe de
Estado Mayor, Pascual Enrile
Fuerzas Terrestres
Infantería
Extremadura
(Mariano Ricafort)
León (Antonio
Cano)
Castilla (Pascual
Real)
Primero de
Victoria (Miguel La Torre)
Barbastro (Juan
Cini)
La Unión (Juan
Francisco Mendibil)
Batallón de
Cazadores
Caballería
Dragones de la Unión
(Salvador Moxó)
Húsares de
Fernando VII (Juan Bautista Pardo)
Artillería
(Alejandro Carvía)
2 compañías de
artillería de plaza
1 compañía de
artificieros
1 escuadrón
volante a caballo con 18 piezas
Ingenieros
1 batallón de 3
compañías de ingenieros
1 batallón de
ingenieros (Eugenio Iraurgui)
Parque de
artillería de sitio, 1 hospital estacional y 1 hospital ambulante
Total Ejército
Expedicionario: 12.254 hombres
Fuerzas Navales
Jefe de la escuadra, almirante Pascual Enrile
San Pedro de Alcántara. Navío
de 64 cañones, 11 oficiales y 560 marineros (Francisco Javier de Salazar)
Ifigenia.
Fragata de 34 cañones, 308 marineros (Alejo Gutiérrez de Rubalcaba)
Diana.
Fragata de 34 cañones, 311 marineros (José de Salas)
Diamante.
Corbeta de 14 cañones, 114 marineros (Ramón Eulate)
Patriota. Goleta
de 7 cañones, 58 marineros (Jacinto Marcaida)
Gaditana. Barca
con un cañón de 12, 39 marineros (Juan Diéguez)
12 obuseras o
faluchos cañoneros, 146 marineros
52 buques de
transporte
Total Ejército Expedicionario:
12.254 hombres
1.547 oficiales y marinos de guerra
Fuente: Pablo
Morillo de Gonzalo M. Quintero Saravia- Editorial Planeta –Primera
edición -2005
RECONQUISTA A
SANGRE Y FUEGO
Estos hechos
cambian la actitud de Pablo Morillo, para iniciar en tierra firme, la
reconquista por medio de las armas. El conflicto que, en ese
momento, se pudo resolver a favor de la corona tan solo con la ocupación
militar, se intensificó y la política de perdones e indultos dejó de existir en
la voluntad de los comandantes españoles.
Morillo llega a
Caracas el 11 de mayo donde encuentra cálido recibimiento y le aclaman con
salvas, fuegos artificiales, baile, música y banquetes. A principios de junio
sale para Puerto Cabello, de allí pasa a Santa Marta donde organiza la toma de
Cartagena, su primer objetivo para iniciar, desde allí, la invasión a la Nueva
Granada.
Cartagena, en ese
momento, vive una situación que Franz-Kafka hubiera querido conocer para
inspirarse como maestro del caos, perturbación, desconcierto y confusión.
Cartagena se hallaba en plena guerra civil, sitiada por las tropas de Simón
Bolívar, cuando llega la noticia de la proximidad de Pablo Morillo.
El presidente
sitiado del Estado Soberano de Cartagena Manuel del Castillo y Rada en pocas
horas llega a un acuerdo con su sitiador, general Simón Bolívar, para organizar
la defensa de la ciudad que, después de estos acontecimientos, se le llamaría
la “ciudad heroica”. Los cartageneros, en este trágico
acontecimiento, no lograron entender que, una mañana, Bolívar era su enemigo y,
por la noche, aliado para luchar contra Morillo, cuyas tropas iniciaron el
sitio en agosto 22, por mar y tierra, hasta diciembre 5, cuando los habitantes
fueron derrotados por el hambre y las enfermedades.
Bolívar, días
antes de la caída de Cartagena, aprovechando la oscuridad de la noche logra
secretamente embarcarse en una goleta rumbo a Jamaica. Castillo y Rada,
Gutiérrez de Piñeres, García Toledo y demás dirigentes, caen en manos del
pacificador, quien afirmó en una carta, comentando algunas incidencias de su
ingreso a la ciudad: “fue el día más doloroso de mi vida. Los
pobres recostados contra las paredes se estaban muriendo de hambre y sed y los
malvados que mandaban conservaban los víveres; daban cuero de ración al soldado
y nada a los desgraciados habitantes”. Los dirigentes, escondidos en un
convento, fueron detenidos, sus bienes confiscados y fusilados por la espalda
el 24 de febrero de 1816.
Sometida Cartagena,
Pablo Morillo con sus fuerzas realistas sale para Santa Fe, habiendo fusilado
criollos en Mompox, Ocaña, Bucaramanga y Socorro. El 26 de abril arriba a
Zipaquirá, mientras en la capital le preparan un apoteósico recibimiento y sus
dirigentes tratan de alterar el Acta del 20 de Julio, sugiriendo incluir una
frase que dijese “adhesión al consejo de regencia”, cambiando de
esta manera el Acta de la Independencia, por un “Acta de Adhesión”,
para hacer menos drástica la retaliación realista.
"PATRIOTISMO"
MENGUADO
Conociendo la
actitud del pacificador, con los cabecillas criollos, en las ciudades ocupadas,
Camilo Torres, Frutos Gutiérrez, Acevedo y Gómez y otros salen presurosos de
Santa Fe. Treinta arcos triunfales, arreglos florales en los balcones con banderas
españolas, cabalgata, banquete, discursos y versos no cumplieron su cometido;
Pablo Morillo llegó de incógnito, en horas de la noche, el 26 de mayo y no
saludó a nadie. Cuando una comisión fue a darle la bienvenida, la respuesta fue
la siguiente: “Señores: no extrañen ustedes mi proceder. Un
general español no puede asociarse a la alegría, fingida o verdadera, de una
capital en cuyas calles temía yo que resbalase mi caballo en la sangre, fresca
aún, de los soldados de su majestad, que en ella hace pocos días cayeron a
impulsos del plomo traidor de los insurgentes, parapetados en vuestras
casas”. Con esa respuesta, la suerte de los revolucionarios
granadinos estaba echada.
La represión se
inicia desde el primer día con la implantación de tres tribunales denominados:
guerra, purificación y secuestros, que sirvieron para atraer soplones, juzgar a
los traidores y obtener recursos para la corona. Todo fue muy rápido, cinco
días después sesionó el primer consejo de guerra que juzgó a Antonio
Villavicencio, quien luego de escuchar la sentencia, fue llevado a San
Victorino y fusilado por la espalda. Los días siguientes fueron juzgados,
sentenciados y fusilados la mayoría de los criollos vinculados con el 20 de
julio, tanto centralistas como federalistas. Camilo Torres, Custodio García
Rovira, Manuel Bernardo Álvarez, Joaquín Camacho, Antonio Baraya, Jorge Tadeo
Lozano, Rodríguez Torices, José Gregorio Gutiérrez, José María Carbonell, José
Ramón Leyva, Carlos Montufar, Policarpa Salabarrieta, Alejo Sabaraín, Antonio
J. Vélez y Francisco José de Caldas, son los más notables y destacados, entre
la larga lista de fusilados, que cobró la reconquista para restablecer el
dominio español.
Quedaron para la
posteridad varios testimonios escritos por nuestros distinguidos próceres donde
expresan sus sentimientos “revolucionarios” por haber participado
en el movimiento de independencia, cuyos párrafos más representativos se
transcriben a continuación:
“Influya y coopere cuando esté de su parte en que se verifique en la posible brevedad la propuesta de armisticio… Remueva cualquier obstáculo que por razón de nuestras antiguas desavenencias domésticas se pudiera oponer, pues estas se deben olvidar tratándose de un asunto que interesa la salud de la Nueva Granada”.
Escribía Antonio
Nariño, a su tío el presidente del Estado Soberano de Cundinamarca Manuel
Bernardo Álvarez-
“… Es preciso que trabajes con todos nuestro amigos para que dispongan los ánimos en mi favor. Tú y ellos conocéis mis intenciones y sabéis cuál ha sido mi conducta. A nadie le he hecho mal, y antes sí todo el bien posible, como lo depondrán muchos, aunque en los gobiernos es tan fácil adquirirse enemigos. Los míos han sido forzados, pues siempre he detestado mandos, como tú no lo ignoras y es público en Santa Fe. En fin, yo responderé a los cargos que se me haga, Dios mediante, en quien espero que ha de favorecer mis intenciones”.
Escribió Camilo
Torres a su esposa el 20 de agosto de 1816, regresando a Bogotá encadenado,
luego de ser detenido en Buenaventura en el momento que iba abordar un buque
para viajar a Chile.
“Señor, socorra V. E. a un desgraciado que está penetrado del más vivo arrepentimiento de haber tomado una parte en esta abominable revolución. Señor, yo conozco la parte más sublime del pilotaje y en el primer viaje habrá V. E. formado un piloto que pueda servir a su majestad con utilidad. Tenga V. E. piedad de mi desgraciada familia y sálveme por el rey y por su honor. Dios nuestro Señor guarde a V. E. muchos años. Mesa de Juan Díaz y octubre 22 de 1816. Del señor Francisco José de Caldas al excelentísimo señor don Pascual de Enrile”.
“…he tenido a bien comisionarles para que pasando sin pérdida de momento al punto que estimen más oportuno ajusten y concluyan con el señor general de las fuerzas de S. M. Católica una transacción que asegure a estos pueblos la paz y a todos sus individuos una absoluta garantía de vidas, haciendas y propiedades, único medio para que dicha paz sea duradera, como lo exigen igualmente la religión y la verdadera política”.
Escribió José
Fernández Madrid, Presidente de las Provincias Unidas al procurador general
Ignacio Herrera, el 2 de mayo de 1816
“Aquí permanecerá hasta que pueda conseguir un indulto de nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII. Entre tanto mi conducta será la más fiel a S. M., como lo justificaré llegado el caso, pues ha mucho tiempo que detesto cualquier idea revolucionaria y solo deseo vivir tranquilamente en el seno de mi familia”.
Escribió José Manuel Restrepo desde Kingston al gobernador español en Antioquia.
PRIMERA TREGUA Y
DESPEJE
Seis
años más tarde, el 27 de noviembre de 1821, Simón Bolívar y Pablo Morillo, se
reúnen en la población de Santa Ana localizada en Venezuela, después de firmar
los Tratados de Trujillo para regularizar la guerra, se abrazan y brindan a la
salud “de los que han muerto gloriosamente en defensa de su patria
o de su gobierno… A los heridos de ambos ejércitos que han manifestado su
intrepidez, su dignidad y su carácter”. Esta también fue en
nuestra historia, la primera tregua y Santa Ana, el primer territorio donde se
realizó un “despeje”.
Luego de otros
hechos, de más sangre y tragedia, la guerra continuó en otros escenarios hasta
que la independencia llegó. Pero mirando hacia atrás, la intervención de las
tropas de Pablo Morillo en las colonias americanas, se debe recordar por las
doscientas mil vidas que costó en los campos de batalla, en los patíbulos y en
las prisiones. En cuanto a las acciones militares, para conseguir la libertad
fueron necesarias más de novecientas setenta batallas en las Capitanías de
Venezuela, Nueva Granada, Quito, Alto y Bajo Perú, desde 1815, hasta que el
territorio quedó bajo el gobierno político de los americanos libres.
Los odios y
resentimientos entre los mismos patriotas duran muchos años, de pronto hasta la
muerte. En 1854
en Santa Fe de Antioquia le ofrecen al anciano general y ex presidente Tomás
Cipriano de Mosquera un homenaje, al cual invitan a Faustino Martínez, quien
sirvió a Pablo Morillo como auditor. Mosquera al verlo le pregunta: -Si en el
tiempo de guerra usted me hubiera atrapado, ¿qué habría hecho conmigo?
“Lo habría
fusilado en el acto” le respondió Martínez. –Yo habría hecho
igual cosa con usted… -remató el General.
Aquí termina una
etapa de nuestra Historia que se inició en 1729. La mayoría de los
protagonistas tuvieron cita con la muerte en el patíbulo. Otros como Antonio
Nariño vivieron amargados toda la vida sin resolver su problema ante españoles
y criollos, y en el caso del precursor, hasta después de muerto su cadáver
padeció, cuando el Padre Francisco Javier Guerra, encargado de oficiar sus
funerales, notificó a la familia que: “de hacer yo el elogio que me había
propuesto del general Antonio Nariño, me van a resultar gravísimos daños en mi
carrera y sin disputa lo padecerá hasta mi cuerpo”.
Para concluir y
sin negar el heroísmo de los revolucionarios criollos, este no fue suficiente
para lograr la independencia, sin la inteligencia, organización y esfuerzo de
los militares patriotas que como Bolívar, Córdova, Santander, Girardot,
Ricaurte, Maza y muchos otros, lograron avanzar con sus fuerzas, derrotar al
enemigo, mantener el terreno y establecer un gobierno criollo. Pero el punto
final, lo puso el 26 de enero de 1824, el rey Fernando VII, firmando el decreto
53, que notificó a sus virreyes, capitanes generales, gobernadores e
intendentes de ambas Américas y sus islas adyacentes que cesen su autoridad y
se retiren inmediatamente a la península.
Escribir historia
es, como lo señaló en una ocasión Goethe, “una forma de deshacerse de la
carga narcisista del pasado… escribir historia nos libera de la
historia.”
Mil gracias.
Bibliografía:
Gutiérrez, José Fulgencio.
Galán y los Comuneros, Bucaramanga, Imp del Departamento, 1939
Pérez Ayala, José
María. Antonio Caballero y Góngora Virrey y Arzobispo de Santa Fe, Bogotá, Imp.
Municipal, 1951
Hernández de Alba,
Guillermo. El Proceso de Nariño a la Luz de los Documentos Inéditos, Bogotá,
Editorial ABC, 1958
Lozano y Lozano Fabio. Jorge Tadeo Lozano, Boletín de Historia y Antigüedades Nos 119 y 120.
Gómez, Laureano. Una Cultura Conquistadora, Discurso pronunciado en el Congreso Javeriano, Bogotá, 1950
Posada, Eduardo. El 20 de Julio, Biblioteca de Historia Nacional Vol XIII
Ortega Ricaurte, Enrique. Cabildos de Santa Fe, publicaciones del Archivo Nacional de Colombia, Vol XXVII, Imp Nacional, Bogotá
Olivos L., Andrés. 20 de Julio: coyuntura revolucionaria y revuelta popular (1808-1810), Editorial Panamericana, Bogotá, 1999
Díaz, Oswaldo. La Reconquista Española, Academia Colombiana de Historia, Historia Extensa de Colombia, Vol VI, tomo I, Ediciones Lerner, Bogotá, 1964
Quintero Saravia, Gonzalo. Pablo Morillo, General de dos mundos, Editorial Planeta, 2005, Bogotá
A los marinos de Colombia se dedican estos trabajos de investigación. Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.
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